RADIO FE LATINA

Hijos de la Virgen Santisima que se acercan a esta Casa de Maria.

Todos estamos llamados a ser SANTOS

"Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados. Todos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad».
(S.S. Benedicto XVI, 1 de noviembre de 2007)

martes, 22 de diciembre de 2009

LAS LETANIAS

Las letanías de la Virgen son las más antiguas tras las de los santos. Entran dentro de lo que podríamos llamar la oración de invocación o «encantación». Enumeran en suma todas las cualidades de la Virgen y del nombre de María de la que constituyen una «invocación difusa».

Para las invocaciones «Dei genitrix», «Mater Christi», «Mater divinae gratiae», «Mater Creatoris», «Mater purissima», es suficiente con remitirse a las explicaciones ya dadas. Estas invocaciones son otra cosa que literatura piadosa o alabanzas hiperbólicas dirigidas a la Virgen ya que ellas traducen realidades metafísicas muy importantes para la vida espiritual.

Las palabras «Sedes» (Sedes sapientiae), o «Vas» (Vas spirituale) se explican muy claramente por la noción de Substancia que hemos desarrollado. La Virgen es llamada «Arca de la Alianza» (Foederis arca) ya que el Arca de la Alianza era para los Hebreos el «soporte» de la Presencia divina entre ellos, y como el «mediador» entre ellos y Dios (10).

En cuanto a la invocación «Rosa mystica», hay que acordarse antes que nada del papel importante que ha jugado la rosa durante toda la Edad Media: símbolo de amor y de conocimiento, a menudo asociado a la Cruz, es un emblema iniciático muy importante cuyo adjetivo «místico» precisa aquí el alto nivel espiritual (11). Es necesario traducir «místico» por «misterioso» o al menos precisar que no se debe entender la palabra «místico» con el matiz bastante especial que le da el Occidente cristiano. «Místico» proviene etimológicamente de «misterios», es decir de aquello que tiene relación con la misteriosa transformación del alma en Dios por su ascensión espiritual, transformación que es propiamente «inexpresable» porque sobrepasa el ámbito de la «forma». El misterio es por lo tanto lo inexpresable, y no lo incomprensible, y lo que hemos dicho del simbolismo deja entender que lo que puede ser dicho del «Misterio de la Virgen» no puede serlo más que de una manera simbólica (12).

La Virgen es también «Puerta del Cielo» (Janua Coeli). Mediadora de todas las gracias, ella nos facilita el acceso a su Hijo, y es gracias a su «fiat» que el Cielo ha podido sernos abierto. Para los Antiguos, la Puerta del Cielo era al mismo tiempo la Puerta del infierno (Janua Inferni) y esta puerta estaba situada en la esfera de la Luna. Hemos ya señalado la relación de la Virgen con la Luna. Es en la esfera de la Luna donde se elaboran las «formas» y es ahí donde se opera la «selección» póstuma para saber si las almas serán arrojadas a los «estados periféricos» (lo que equivale a la condenación), quedarán un tiempo en las regiones intermedias, o podrán continuar su ascensión hacia la esfera del Sol. La Virgen está pues destinada a cuidar de esta expulsión a las «tinieblas exteriores» o a esa transformación (pasaje más allá de la forma) al menos virtual del ser humano tras la muerte. Bien entendido que todo esto es simbólico puesto que tras la muerte nosotros estamos en un estado que no es ya condicionado por el espacio (13).

La Iglesia canta en una Antífona a la Virgen: «Salve Raíz, Salve Puerta de donde la luz ha venido al mundo» (Salve radix, salve porta, ex qua mundo lux est orta) (14) y en otra: «Madre que mantienes la puerta abierta en el cielo» (Mater quae pervia coeli porta manes) (15). La Virgen es la «Puerta del Cielo» como acabamos de explicar; una puerta que se abre o se cierra según el estado de aquellos que allí se presentan. En cuanto a la palabra «radix» (16), hemos señalado que la «Materia Prima» o «Substancia Universal» es la «raíz tenebrosa» de la manifestación.

La Virgen es llamada «Reina de los Cielos» y «Reina de los Angeles». En efecto, ella ha sido llevada al más alto lugar de los Cielos por los Angeles, hasta los «confines» de la divinidad (santo Tomas). Los Cielos pueden ser concebidos como los «Estados del Ser» que hay que recorrer, y cada «Paraíso» es una identificación a un «Nombre» o «Aspecto» divino. El Paraíso más alto es el de la Esencia; es la fuente insondable de la Deidad de la que habla el Maestro Eckhart.

La Virgen es «Reina de la Paz». La Paz es el estado de reposo que proviene del equilibrio de las tendencias opuestas (17).

La Paz es la consecuencia de la presencia divina, la «Shekhinah» que en los Hebreos habitaba el Sancta Sanctorum. La adquisición de la «pax profunda» equivale a la entrada del alma en Dios donde ella «pierde» su «yo» en el océano insondable para «reencontrar» lo que ella era desde toda la eternidad.

Citemos finalmente el pasaje de san Juan (Ap. 12,1). «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza». La Virgen es así «envuelta» por la gracia divina; ella está más allá incluso de la Substancia vista al nivel de la manifestación formal, ya que la Luna está bajo sus pies; las doce estrellas son los «Nombres divinos» o «cualidades» de los que ella es más especialmente la manifestación.

Los exégetas discuten sobre el significado del Nombre de María. Pero el título más frecuentemente dado a la Virgen en Occidente es el de «Señora» (Dama), o «Nuestra Señora». La Virgen es la Señora (la Dama) o la Mujer por excelencia. Se podría decir que ella es el «Eterno femenino» si esta expresión no hubiera sido utilizada injustamente por la literatura teosófica y de tendencia ocultista.

Los Nombres y los Símbolos de la Virgen son auxiliares poderosos de la vida espiritual; tanto por su contenido como por su eficacia. Todo Nombre de la Virgen puede así ser invocado ya que cada uno de esos Nombres corresponde a una «cualidad» que uno desea realizar o de la que uno desea beneficiarse: Vultum tuum deprecabuntur omnes divites plebis. Memores erunt nominis tui in omni generatione et generationem. Propterea populi confitebuntur tibi in aeternum et in saeculum saeculi» (Sal. 44)(18).

MADRE DE LA IGLESIA

Al finalizar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI ha saludado a María con este título. Subrayaremos solamente que en las letanías de la Virgen algunas invocaciones fueron los atributos de la Iglesia antes de ser los de María: «Arca de la Alianza», «Torre de David», «Puerta del Cielo», «Refugio de pecadores»; inversamente las imágenes de la «Esposa» y del «Tabernáculo de Dios» utilizadas en la liturgia de la Dedicacia, convienen tanto, si no mejor, a María como a la Iglesia (9).

Tras la «manifestación temporal» es necesario que examinemos ahora las consecuencia que se desprenden directamente para la vida espiritual. Como hemos dicho, la metafísica no debe limitarse a la teoría y los Principios no se manifiestan más que para hacer posible esta «realización» metafísica ya evocada.
François Chenique

MARIA MEDIADORA

La Virgen es también «Mediadora de todas las gracias». La teología explica que la parte toma por María en la Encarnación y la Redención le vale este título. El Padre ha subordinado la venida de su Hijo al fiat de la Virgen; el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo (la gracia) pero por intermediación de María. «Todos los dones del Espíritu Santo son distribuidos por María a aquellos que ella quiere, cuando ella quiere, como ella quiere, y tanto como ella quiere», dice santa Bernadina de Siena. «Por la comunión de dolores y de voluntad entre Cristo y María, dice san Pío X, esta última a merecido llegar a ser la dispensadora de todas las bendiciones que Jesús nos ha adquirido por su sangre» (7). Esta intervención «actual» de María juega un papel preponderante en el mundo de la gracia.

A decir verdad, es Cristo «solo» el que nos salva (8), y la mediación de María, por necesaria que sea, no es por ello menos «subordinada» a la de su Hijo. La teología se esfuerza en distinguir y en precisar estas dos mediaciones. La dificultad se resuelve si recordamos que estas dos mediaciones son las de la Esencia y la Substancia con relación a la manifestación. Son por tanto las dos necesarias, pero no idénticas, y la una puede verdaderamente ser denominada como «causa» de la otra.

María es por lo tanto verdaderamente «Madre», a la vez de Dios, de Cristo y de los hombres. Pero ella permanece «siempre virgen», como lo hemos explicado. María es también «esposa», esposa de san José por su matrimonio con él, pero sobretodo esposa del Espíritu Santo de quien ella ha concebido (8). María es por lo tanto la única mujer que es a la vez y plenamente, Madre, Virgen y Esposa; las otras mujeres pueden permanecer «vírgenes» y ser relativamente «madres» por una «maternidad espiritual»; o bien, estando casadas, pueden permanecer relativamente vírgenes por la fidelidad a su esposo. María asocia plenamente estas tres cualidades, lo que prueba que en el orden de los principios, los contrarios subsisten, pero no se oponen, y cuando un principio se manifiesta en el seno de la propia manifestación, no está sometido a las leyes de ésta.

María ha provisto una naturaleza humana al Hijo de Dios. Esta naturaleza no tiene personalidad propia, sino que unida hipostáticamente al Verbo, ella es totalmente la humanidad asociada a la divinidad. François Chenique

Maria MADRE DE LOS HOMBRES

La Virgen no es solamente Mater Dei y Mater Christi: ella es también «Mater hominum». En la cruz, Jesucristo pronuncia las palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu madre». Por ello, la Virgen ha devenido la madre del género humano según el orden de la gracia.

Lo que hemos dicho del papel de la Substancia en la manifestación universal permite comprender que, ahí también, el orden principial es determinante, y que María ha devenido «Mater hominum» según la gracia porque ella lo es de alguna manera según la «naturaleza», es decir según el orden de la manifestación de los principios metafísicos. La maternidad espiritual de la Virgen tiene además consecuencias muy importantes que estudiaremos en la tercera parte.. si la Substancia «produce» la manifestación, ella debe también permitir a esta manifestación volver al Principio; es por lo tanto un principio de «vida espiritual» y un canal de la misericordia divina para la manifestación.

La parte tomada por la Virgen en el sacrificio de su Hijo le vale el título de «Corredentora». Por su actitud espiritual, ella participa de la redención y llega a ser «regina martyrum». Aquí también las relaciones de la Esencia y de la Substancia aclaran el asunto. Estas relaciones son en suma las mismas, tanto si se trata del «nacimiento» según el orden de la naturaleza, o si se trata del «nacimiento» espiritual operado por la redención según el orden de la gracia.













François Chenique

LOS NOMBRES DE MARÍA. MADRE DE DIOS

La teología explica que la Virgen ha traído al mundo al Hijo de Dios encarnado proveyéndole de la naturaleza humana. Pero, a pesar de la dualidad de las naturalezas, la Persona de Jesucristo es única. Es por eso que María ha verdaderamente traído al mundo la Persona del Hijo de Dios –o de Jesucristo– y no solamente su naturaleza humana; puede ella entonces a justo título ser llamada Madre de Dios (1).

San Anselmo dice que «el Hijo del Padre y el Hijo de la Virgen son un solo y mismo Hijo». El título de Theotokos (Madre de Dios) ha sido vigorosamente defendido contra los heréticos y la Iglesia de Oriente lo inscribe en letras de oro en sus iconos. Santo Tomas dice que «la Virgen está situada en los confines de la divinidad»; es por eso que ella es honrada con un culto eminente o culto de hiperdulia.

Lo que hemos dicho en el capítulo III (2) permite captar mejor lo que significan las expresiones a veces antinómicas de la teología. Hemos explicado como la «Perfección pasiva» que es el aspecto femenino de la Esencia divina «anterior» (3) a la Personalidad divina, puede ser llamada «Madre de Dios». Este aspecto «maternal» de la Deidad se refleja en la Substancia universal, después en todo lo que manifiesta más especialmente cualidades femeninas tales como la bondad, la belleza, la pureza, la misericordia, y por lo tanto también en la Virgen María.

Una dificultad puede surgir: ¿cómo se pueden aplicar aquí cualidades al aspecto substancial mientras que solo la cantidad es el «signo» de la «materia»?. Hemos ya explicado que la cantidad pura no podría en realidad encontrarse en ninguna parte en el universo, y que todo ser manifestado participaría a la vez de la cualidad y de la cantidad, de la Esencia y de la Substancia. Sin embargo ciertas cualidades son más «pasivas», más propiamente «femeninas» y el ser que las soporta se puede decir que participa predominantemente mas del aspecto substancial que del aspecto esencial (4). Así, la mujer refleja predominantemente la substancia, y el hombre predominantemente la esencia, sin que por ello la «feminidad» sea solamente una «carencia» con relación a la «virilidad». Es en realidad un aspecto diferente, complementario de la virilidad, como la Substancia es el correlativo de la Esencia (5).

La Virgen que manifiesta aquí abajo la Sabiduría divina, como lo hemos explicado precedentemente, y que es por ello llamada «Sedes Sapientiae», manifiesta también el «aspecto femenino» de la Deidad. Y como la Deidad es «anterior» a la Divinidad personal o a Dios concebido en tanto que Ser, este aspecto femenino puede verdaderamente ser llamado «Madre de Dios», como la Virgen misma.

Se puede decir además que la maternidad de la Virgen, en tanto que ella engendra el Hijo de Dios encarnado, es el reflejo, y la manifestación aquí abajo, de lo que se puede llamar una «maternidad principial». En efecto, si la maternidad terrestre de la Virgen –maternidad totalmente contingente– no fuera el reflejo de algo que ocurre «in divinis» por toda la eternidad, esa maternidad no tendría ninguna realidad. Si María engendra a Jesucristo en la tierra, es que ella ha engendrado ya al Hijo de Dios «anteriormente» y en alguna «otra parte» (6).

Desde el punto de vista del Principio, se pueden invertir los términos de la enseñanza corriente: la Virgen es la madre de Cristo (Mater Christi) porque ella es la Madre de Dios (Mater Dei).

Esto permite comprender la palabra de santo Tomas que hemos citado, y la razón del culto especial rendido a la Virgen. Sin embargo, esta enseñanza no está carente de peligros desde el punto de vista teológico; es esto lo que explica la prudencia de la Iglesia en sus definiciones, y también el rechazo de la Iglesia de Oriente de expresar en definiciones dogmáticas cosas tan complejas como la Inmaculada Concepción ya que, para ella, la noción de «creatura perfecta» es contradictoria. Además las herejías no han cesado de producirse, sobre todo en Oriente donde la mariolatría adoraba a la Virgen divinizada, cosa contraria a la Revelación cristiana con toda evidencia.

François Chenique

VER A MARÍA PARA VER A DIOS

Los autores cistercienses, desde San Bernardo a Aelred de Rielvaux invitaron a los monjes a observar una vida conforme a la vida de María para unirse a Dios. Por eso los maestros de novicios presentaron a la Virgen como modelo. Por medio de relatos de visiones o de apariciones, la propusieron como ejemplo a las almas jóvenes que tenía que guiar. Luego, insertaron estos relatos en crónicas, sermones o «diálogos». Si escribieron «diálogos» es porque era largo el camino para legar a la hora de las bodas con el esposo divino. ¿Cómo hubiera podido el alma cisterciense trabar diálogo con Dios, como la Esposa del Cantar de los Cantares, si antes no la hubieran enseñado a dialogar? Sólo después de haber subido paso a paso cada uno de los grados del itinerario espiritual cisterciense podía el novicio esperar llegar a la unión de amor y a la contemplación de la luz con la condición de comenzar a dialogar primero con su maestro de novicios.

Los Diálogos de los milagros de Cesáreo de Heisterbach (+hacia 1240) son un modelo del género. Su autor fue maestro de novicios en el convento de Heisterbach, cerca de Colonia, en Alemania, en un momento en que la orden comenzaba su expansión en esta región. La obra escrita en 1217 o 1218, justo después de IV concilio de Letrán, pone en escena un diálogo entre un novicio y un monje detrás de los cuales cada uno se podía reconocer, tanto discípulos como maestros. A cada cuestión planteada por el novicio, responde el maestro con un ejemplo, es decir, una historieta de contenido edificante destinada a hacer comprender un elemento de teología o de doctrina. La obra trata, por tanto, de presentar un modelo de la vida espiritual cisterciense. «Como este diálogo contiene muchos milagros», dice Cesáreo de Heisterbach, lo tituló con toda naturalidad Diálogos de los milagros, dando al milagro el significado de intervención divina en la vida de los monjes. Lo dividió en doce libros que van desde la Conversión a la Gloria de los muertos, pasando por el de Simplicidad, el de Santa María y el de las Visiones, estando compuesto cada libro de una sucesión de ejemplos. Las apariciones de la Virgen ayudan al novicio a entrar en diálogo con Dios en el libro que está consagrado a María, el libro séptimo.

La ordenación de la obra tiene su sentido. La cifra doce corresponde a una de las divisiones más frecuentes de las jerarquías simbólicas del pensamiento espiritual medieval. Los Diálogos de los milagros están formados por doce libros, como los doce escalones que, según San Bernardo, separan al hombre de su semejanza con Dios. Estos libros son doce, como los doce grados de humildad a cuyo término según san Benito, se supone que el monje se une a su Creador. El estado religioso es realmente un estado de humildad, el del alma que ha reconocido su alejamiento de Dios. La piedra de toque es la obediencia. Sólo el alma que consiente constantemente a la voluntad de Dios puede esperar llegar a la proximidad divina elevándose hasta ella para ser de nuevo el espejo de luz y asemejarse a Dios. La Virgen, por sí sola, constituye toda una etapa y precisamente la séptima, de este itinerario espiritual. Además, los Diálogos de los milagros la colocan en el libro séptimo, después del capítulo consagrado a la Simplicidad y antes del de la Visiones.

La Virgen, por tanto, es el vínculo entre la simplicidad y la visión de Dios. En el pensamiento cisterciense, la simplicidad designa la mirada de Dios sobre el hombre. «La simplicidad (...) es como la materia informe», escribe Guillermo de Saint-Thierry. El alma que ha llegado a la simplicidad significa que ya no tiene forma. Es virgen de alguna manera. Es posible, por tanto, que el Creador se contemple de nuevo en ella, que de nuevo pueda imprimirse en ella el sello de Dios, como se imprimió en María en la Encarnación. En efecto, con la caída el hombre perdió su semejanza con Dios (Gn 1,26), su lugar original. Para llegar a la simplicidad del alma, el novicio comienza por convertirse, porque la conversión indica que se vuelve hacia Dios. Es el objetivo del primer libro de los Diálogos de los milagros. En su humildad el novicio reconoce enseguida que es pecador, es decir, que ha perdido su semejanza con Dios. Este recorrido ocupa los libros del segundo al quinto de los Diálogos de los milagros. En el libro sexto de los Diálogos de los milagros, el novicio accede a la simplicidad. Por simplicidad el novicio se ofrece tal como es, a saber, criatura pecadora que ha perdido su propia forma y que está dispuesta para recibir la forma de Dios en su alma. En la séptima etapa, o libro séptimo, la Virgen toma de su mano el itinerario espiritual: es el espejo de Dios y, como tal, mediadora entre la mirada de Dios y el alma humana. Su tarea es modelar el alma virgen o informe según la semejanza divina. Así ella encamina al novicio hacia la visión de Dios para que se una a él. Etapa intermedia, etapa capital. Ver a Dios, es, realmente, según los espirituales cistercienses, el fin del destino humano. «Habiendo Dios creado al hombre a su semejanza, le llama por su gracia a salir de la desemejanza del pecado, para encontrar su camino que desemboca en la visión divina», dice también Guillermo de Saint-Thierry. Es el pecado de origen, momento en que la criatura da la espalda al rostro del Creador, lo que impide al hombre contemplarlo.

Sylvie Barnay

UN RIO DE ORO SOBRE LA TIERRA.Sylvie Barnay

EL CISTER

«Conocí a una persona a la que se le mostró esto en espíritu y en verdad en un claustro de la orden del Císter», confiaba el autor anónimo de una de esas historias que escuchaban los novicios cistercienses como ejemplos a comienzos del siglo XIII. «A la hora de la procesión ella vio a la Virgen amabilísima avanzando procesionalmente por el claustro y tras ella discurría un río de oro (...). La llena de bendición le dijo entonces: "Es la orden del Císter que me sigue a todas partes donde voy"». La visión se cerró con esta imagen del oro fundido que daba una definición ideal de la orden del Císter. El cisterciense que sigue los pasos de la Madre de Dios es semejante al oro líquido. Esta imagen expresa el sentido mismo de la espiritualidad cisterciense. Su designio es que el monje una su alma a Dios en el amor, para que el alma se licúe en esta unión como el oro cuando está fundido. La unión del alma y de Dios es considerada como una fusión de espíritus, la consumación de las bodas espirituales. De hecho, la vida cisterciense invita a los desposorios del alma y Dios con profusión de palabras e imágenes tomadas del lenguaje de los espirituales de la orden: San Bernardo (+1153), Guillermo de Saint-Thierry (+1149), Aelred de Rielvaux (+1167), por no citar más que los nombres más grandes... Un solo texto inspira la belleza de sus sermones, la pureza de sus devociones espirituales, la gracia de sus expresiones: «El Cantar de los Cantares» de la Biblia. Este libro bíblico es un diálogo que canta el amor entre el Amado y su Amada, el Creador y su criatura, Dios y el alma: «Que me bese con los besos de su boca» (Ct 6,4). El Cantar de los Cantares constituye el modelo del camino que debe tomar el monje para unirse a Dios. El pensamiento cisterciense ha leído, comentado, interpretado en sentido espiritual cada una de las palabras del Cantar de los Cantares. Se ha identificado con la Esposa, «que sube del desierto apoyada en su amado» (Ct 8,5), que vivía en el desierto la cotidianidad de oración y de soledad unidas por el espíritu de la regla de San Benito. Al novicio que entraba en la orden, sólo le incumbía una cosa para llegar a ser monje del Císter: aprender pasa a paso el arte de amar a Dios, llegar a ser la Amada del Amado, la Esposa del Esposo, el alma «que sube del desierto apoyada en su amado», a imitación de la Virgen María.

En efecto, San Bernardo ha visto en María además a la Esposa del Cantar de los Cantares, a la Amada de Dios. La interpretación mariana del Cantar de los Cantares que consiste en aplicar cada uno de sus versículos o de sus palabras a la Virgen en el comentario, ha abierto nuevas perspectivas espirituales a los teólogos cistercienses. A partir de ahí el pensamiento cisterciense pudo abrir nuevos caminos de exploración espiritual donde la Virgen tenía su espacio. Porque en María, San Bernardo vio además a la que podía acercar al Amado con su Amada y permitir la reanudación del diálogo entre Dios y el alma: la mediadora de los desposorios. Por esta razón, la Virgen iba a ocupar un espacio más importante en la vida espiritual de las almas monásticas llamadas a convertirse en esposas de Dios. Iba a convertirse en su modelo.

Toda la exploración cisterciense de la unión de amor del alma con Dios descansa sobre la idea maestra de la teología griega que le sirve de fundamento: la elevación espiritual por diferentes grados hasta la luz divina. El pensamiento cisterciense está impregnado por la doctrina del Seudo-Dionisio, obra de un autor sirio de comienzos del siglo VI cuya traducción latina de Juan Escoto Erígena en el siglo IX permitió su difusión. Ésta ejerce una influencia central sobre la teología a partir del siglo XII que reverencia y medita su pensamiento. La doctrina dionisiana concibe dos mundos el visible y el invisible. Presenta al universo como la imagen de un edificio en el que se sobreponen diversos órdenes, a la manera de una escala: arriba las jerarquías de los ángeles, abajo las jerarquías de los hombres. Todos han salido de la luz de Dios. Según el nivel jerárquico en que se encuentren situadas reciben y transmiten la luz divina. Cada criatura posee en el fondo de sí misma una parte de la luz original. Como el sol emite luz, así Dios irradia a través de todos los niveles de la existencia, desde los círculos del movimiento cósmico hasta la sencilla luz del día que resplandece en los muros cerrados y severos de los edificios cistercienses. Como cangilones que vierten unos sobre otros o como espejos que se devuelven un reflejo, la luz de Dios desciende sobre la tierra. Esta luz penetra a la criatura que la contempla. Ella, que por el pecado se ha apartado de su Creador, se convierte en un instrumento de su vuelta al cielo. Al mirar la luz, la criatura tiene la posibilidad de elevarse en la vertical de la materia a la superación de la materia hasta su punto de origen que es el Creador. Por sucesivas claridades, dice San Bernardo, se eleva desde la luz del sol hasta la luz de Dios. A medida que se abre la criatura a esta luz divina, a medida que se desprende de su oscuridad causada por el alejamiento y se acerca a Dios, se hace capaz, a su vez, de reflejar la luz de Dios. El alma realmente es semejante a un espejo. Refleja la luz. Se asemeja a Dios cuando le devuelve totalmente su luz, o cuando su espejo ha llegado a ser totalmente luminoso. Para llegar a esto hay un modelo, María. Hay un ejemplo, el de ella

En el pensamiento cisterciense, la Virgen desciende con la luz para ayudar al hombre a volver a Dios. Ella le invita a volver a su Creador. Le compromete a contemplar la luz divina ayudándole a despojarse progresivamente de los velos que obstruyen el alma y la impiden reflejar la luz divina. Según esta misma lógica, la Virgen de las apariciones llega a la tierra al mismo tiempo que el movimiento divino que emana en permanencia del Creador, al mismo tiempo que la luz que viene de Él. Este movimiento de luz o de amor que proviene de Dios es el vehículo de la aparición de la Virgen. La Madre de Dios penetra de ese modo por la radiación del amor de Dios en la visiones de los hombres, ya sea una luz, un rayo de sol o, incluso una vidriera resplandeciente de claridad... Ésta es la razón por la que la orden del Císter, como cuentan los relatos visionarios, dice que ve llegar a la Virgen a través de todos los destellos de la luz. Relatos no faltan. Un viejo monje, por ejemplo, distinguió a la Señora de la belleza, la toda celestial Virgen María, a través de la inmensa luz que resplandecía a la entrada de su dormitorio. Otro iba a la iglesia cuando vio a la Madre de Dios entrar por la vidriera del coro. También ocurría que María apareciera en el resplandor de la aurora, en la curvatura de un arco-iris, e incluso a través de la luminosidad de un cirio, a la hora de la procesión de los monjes por el claustro; hasta ese punto pretendía la orden cisterciense ser una manera de vivir el retorno a Dios en cada uno de sus gestos cotidianos. En este preciso momento, la comunidad del Císter formaba como una sola luz que volvía a su Creador, como un río de oro detrás de Aquella que le arrastraba en su estela de amor, ya que la Virgen es el modelo de los monjes. La que dirige la ronda...

viernes, 11 de diciembre de 2009

La Guadalupana



DESDE EL CIELO UNA HERMOSA MAÑANA,
DESDE EL CIELO UNA HERMOSA MAÑANA,

LA GUADALUPANA, LA GUADALUPANA,
LA GUADALUPANA BAJO AL TEPEYAC (2 VECES).

(ALEXANDER)

SUPLICANTE JUNTABA SUS MANOS
SUPLICANTE JUNTABA SUS MANOS

Y ERAN MEXIANOS, Y ERAN MEXICANOS
Y ERAN MEXICANOS SU PORTE Y SU FAZ. (2 VECES)

(EMANUEL)

POR EL MONTE PASABA JUAN DIEGO
POR EL MONTE PASABA JUAN DIEGO

(INSTRUMENTAL)

Y ACERCÓSE LUEGO Y ACERCÓSE LUEGO
Y ACERCÓSE LUEGO AL OÍR CANTAR (2 VECES).

Nuestra Señora
de Guadalupe

Emperatriz
de las Américas
y
Patrona de
México

Patrona especialísima de México, Emperatriz de todaAmérica. El día 9 de diciembre del año 1531 se apareció la Santísima Virgen María en el cerro del Tepeyac, en México, al indio Juan Diego, pidiéndole se le erigiera allíun templo. La Santísima Virgen de Guadalupe siempre a protejido al pueblo mexicano, que tantos mártires gloriosos ha dado a la Iglesia universal.



Himno

Morenez de morena hermosura,
No nevado candor de jazmín;
Sí amalgama, crisol que madura
Nuestra sed del Amor, mar sin fin.

Ella es reina, nosotros vasallos;
Ella es río, nosotros la sed;
Ella estrella, nosotros los rayos;
Ella nave, nosotros la red.

Sobre ell surco del llanto, sus ojos,
Sobre el hambre de Madre, su amor;
Sus dos manos, un viento de rezos,
En la noche de América, sol.

Cuando el valle se viste de sombras
Y el silencio es la voz del hogar,
Te loamos, Señor, que te nombras
El Amor no agotado de amar.

Amén.



Oración

Padre de Misericordia, que has puesto a este pueblo tuyo bajo la especial protección de la siempre Virgen María de Guadalupe, Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, profundizar en nuestra fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.



Plegaria del Papa Juan Pablo II a la Virgen de Guadalupe

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo: escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, y represéntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos, ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.

Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el pueblo de Dios, y otorgue abundante vocaciones de sacerdotes y religiosas, fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el sacramento de la penitencia que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos, que son como las huellas que ti Hijo nos dejó en la tierra.

Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios, podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.








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Viva la Virgen de Guadalupe. Martin Valverde en concierto

lunes, 7 de diciembre de 2009

La hora de las gracias


8 de diciembre de 1947

Pierina –la vidente de las apariciones de Rosa Mística– contempló a la madre de Dios decir.- "¡Yo soy la Inmaculada Concepción!" y con gran majestad afirmó "Yo soy María de las Gracias, esto es, la llena de Gracia, Madre de mi Divino Hijo Jesucristo". Descendió suavemente por la escala y añadió.- "Por mi venida a Montichiari deseo ser invocada y venerada como Rosa Mística. QUIERO QUE AL MEDIODÍA DE CADA 8 DE DICIEMBRE (SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA) SE CELEBRE LA HORA DE LA GRACIA POR TODO EL MUNDO, MEDIANTE ESTA DEVOCIÓN SE ALCANZARÁN MUCHAS GRACIAS PARA EL ALMA Y EL CUERPO. Nuestro Señor, mi Divino Hijo Jesús, concederá copiosamente su misericordia, mientras los buenos recen por sus hermanos que permanecen en el pecado. Es preciso informar cuanto antes, al Supremo Pastor de la Iglesia Católica el Papa Pío XII mi deseo de que esta hora de gracia sea conocida y extendida por todo el mundo. Quien no puede ir a la iglesia que sea en su casa al mediodía y conseguirá mis gracias." Luego mostrándole su purísimo corazón exclamo: "Mira este corazón que tanto ama a los hombres, mientras la mayoría de ellos lo colma de vituperios." Calló unos momentos y continuó: "Si todos, buenos y malos, se unen en la oración, obtendrán de este corazón misericordia y paz. Los buenos acaban de alcanzar por mi mediación la misericordia del Señor, que detuvo un gran castigo. Dentro de poco se conocerá la eficaz grandeza de esta hora de gracia".

Notando Pierina que la resplandeciente Señora iba a alejarse le imploró fervorosamente: "¡Oh hermosa y amada Madre de Dios, yo le doy gracias!". Bendiga a todo el mundo especialmente al Santo Padre, a los sacerdotes, religiosos y a los pecadores. Ella contestó: "Tengo preparado una sobreabundancia de gracia para todos aquellos hijos que escuchan mi voz y toman a pecho mis deseos". Con estas palabras se terminó la visión.