RADIO FE LATINA

Hijos de la Virgen Santisima que se acercan a esta Casa de Maria.

Todos estamos llamados a ser SANTOS

"Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados. Todos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad».
(S.S. Benedicto XVI, 1 de noviembre de 2007)

miércoles, 26 de enero de 2011

viernes, 21 de enero de 2011

Oraciones basicas a la Dulce Virgen Maria


Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

V.Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor.

R.Amén

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén.



BENDITA SEA TU PUREZA
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.




BAJO TU AMPARO
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

sábado, 8 de enero de 2011

MARIA EN LA ESPIRITUALIDAD ORTODOXA

 

EL MISTERIO DE LA HUMANIDAD
MADRE Y ESPOSA DE DIOS


Si los católicos designan gustosamente a María como la Santa Virgen, los cristianos de Oriente la llaman La Madre de Dios o, en griego, la Théotokos. Esta diferencia no ilustra la separación entre la Iglesia católica de tradición latina y la Iglesia de Oriente de tradición griega; separación o cisma que, como se sabe, se hizo oficial en 1054. Esta diferencia caracteriza más bien a mentalidades y historias específicas de las que son testimonio ciertas formulaciones sobre el lugar y al papel de María en la economía divina. Nos fundaremos sobre la expresión dogmática de la fe y sobre los testimonios patrísticos de la vida espiritual que le es profundamente ligada para iluminar el lugar de María en la espiritualidad ortodoxa.
En el origen del nombre Madre de Dios, hay un debate que nos lleva a una cuestión cristológica que fue decisiva. El enunciado de la fe cristiana ha conocido un período de intensa reflexión en el transcurso de los siglos IV y V. Los debates teológicos han concurrido en la elaboración y en la maduración del pensamiento cristiano. Tras las controversias del siglo IV (arrianos en particular) que decidieron el emperador Constantino a convocar el primer concilio ecuménico de la historia cristiana en Nicea en el 325, un debate centrado sobre la persona de Cristo agitó el siglo IV. ¿Cómo comprender la Encarnación? ¿Hay dos personas en el Cristo Dios y hombre? Esta crisis es llamada nestoriana, por el nombre de Nestorio, obispo de Constantinopla. Este último oponía los aspectos, humano y divino, de la persona de Cristo. Esta dualidad conllevaba lógicamente que María era solamente la madre del hombre Jesús (Christotokos, la madre de Cristo); ella no podía por consiguiente ser llamada Madre de Dios. Frente a Nestorio, Cirilo, obispo de Alejandría sostenido por el papa Celestino primero, afirmaba la unidad del Verbo encarnado y obtuvo la convocatoria del concilio de Efeso en 431 (III concilio ecuménico). El concilio condenó la doctrina de Nestorius. María fue proclamada "madre del Hijo, consubstancial al Padre" y no del Cristo-hombre como lo querían Nestorio y sus partidarios. Dos años más tarde, en el 433, en un texto llamado a veces "Símbolo de Efeso", Cirilo y su adversario Juan de Antioquía se pusieron de acuerdo en una formulación común: en Cristo, las dos naturalezas, humana y divina, están unidas sin confusión. María es bien la Theotokos. Aquellos que rechazan en María esta cualidad no son verdaderos cristianos, ya que ellos se oponen al dogma de la Encarnación del Verbo.
En su libro La fe ortodoxa (libro III, cap. 12), san Juan Damasceno (675-749), uno de los doctores de la teología marial, resume lo esencial de la fe en la Santa Virgen Madre de Dios:
«Proclamamos a la Santa Virgen propiamente y verdaderamente Madre de Dios (...) ya que la Santa Virgen no ha engendrado un simple hombre, sino al Dios verdadero; no desnudo, sino vestido de carne; no como un cuerpo descendido del cielo y transitado por ella como un canal, sino tomando de ella una carne consubstancial a la nuestra (...) Ya que si este cuerpo hubiera venido del cielo y no viniera de nuestra naturaleza, ¿qué necesidad habría de su descendimiento en el hombre?.»
Este pasaje subraya que la obra salvífica y liberadora de la Encarnación reposa en la realidad del nacimiento de Dios el Verbo en un cuerpo humano. Pero escuchemos la continuación:
«La in-hominización del Verbo de Dios ha venido para que esta misma naturaleza pecadora, caída y corrompida, venza el tirano que nos ha engañado...»
El paralelismo entre las dos Evas, que se remonta al siglo II en el filósofo apologista Justino (v. 100–165) ha sido desarrollado por Ireneo de Lyon (130–208). En su célebre obra Contra las herejías (III, 22,4), este último precisa:
«Por lo mismo que Eva, desobedeciendo, devino causa de muerte para ella misma y para todo el género humano, por lo mismo María, teniendo como esposo a aquel que le había sido destinado desde antes, y sin embargo virgen, devino, obedeciendo, causa de salvación para ella misma y para todo el género humano (...) El nudo de la desobediencia de Eva ha sido desanudado por la obediencia de María, ya que la Virgen Eva había atado por su incredulidad, la Virgen María lo ha desanudado por su fe.»
En el siglo XI, Michel Psellos, humanista bizantino, retoma este tema de una manera gráfica:
«Hasta la Virgen, nuestra raza ha heredado la maldición de la primera madre. Después el dique ha sido construido contra el torrente y la Virgen Santa ha devenido la muralla que paró el diluvio de males (1).»
Con la nueva Eva, se abre un nuevo eón, el de la reconciliación. María deviene la Madre de todos los vivos, Eva perfeccionada. Ella es el icono de la Iglesia que recibe el Verbo de Dios por el arrepentimiento. En María, la Iglesia tiene su hipóstasis propia y creada, su perfección se ha realizado ya en una persona humana plenamente unida a Dios, encontrándose más allá de la Resurrección y del Juicio (2). Sin Jesucristo, nuevo Adán, no hay unión posible entre Dios y el hombre; sin María, la humanidad no sería ni salvada ni deificada. El Verbo de Dios se ha vuelto verdaderamente hombre viniendo de una mujer (Ga. 4,4). «A causa de El (Dios) tu has venido a la vida, a causa de El tu servirás a la salvación universal, para que el antiguo designio de Dios, que es la Encarnación del Verbo y nuestra divinización, se realice (3)».
La madre de Dios, la "sierva del Señor" es una criatura privilegiada desde antes de su nacimiento. Según el Protoevangelio de Santiago (4), apócrifo del siglo II considerado como una fuente auténtica por Clemente de Alejandría (140–220) o también por Orígenes (185–253), la Virgen ha nacido de una pareja de Justos, Joaquín y Ana. Ultima flor del tallo de Jessé (Is. 11,1), fue llevada por sus padres, a la edad de tres años, al Templo de Jerusalén, el lugar de la Presencia divina (la fiesta de la Presentación de María en el Templo es celebrada en la Iglesia ortodoxa el 21 de noviembre). María es elegida y no predeterminada como lo recuerda también san Juan Damasceno (5). Hija del pueblo elegido, no está ella desligada de la humanidad caída; criatura humana, aunque santificada desde antes de su nacimiento y magnificada bajo la mirada de Dios, ella no está exempta de pecado. La Iglesia ortodoxa no admite la noción de exención planteado por el dogma romano de la Inmaculada Concepción proclamado por el papa Pío IX en 1854 (Bula Ineffabilis Deus). Este privilegio corta a María de sus raíces humanas, disminuye su grandeza natural, su libertad personal, su papel en la salvación del hombre, y debilita la acción salvadora del Verbo por de su encarnación. María es el símbolo vivo de la humanidad frente a su Padre divino.
María concibe al hijo porque en ella y sobre ella reposa el Espíritu Santo que participa en la Encarnación. En el Símbolo de la fe, los fieles proclaman:
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre por quien todo fue hecho, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, descendió de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre...»
La Encarnación es la obra de dos hipóstasis divinas: enviado al mundo por el Padre, el Hijo se encarna como Persona mientras que el Espíritu Santo participa en la Encarnación a través de la carne que El santifica, haciendo de María el cielo terrestre. «En el tiempo de la Encarnación –dice el teólogo contemporáneo Boris Bobrinskoy– el Espíritu santo es el "Espíritu de la Encarnación", Aquel en quien y por quien el Verbo de Dios hace irrupción en la historia, Aquel que Le prepara un cuerpo humano, templo de la divinidad del Verbo» (6).
Lo que Dios realiza en María, de una manera única y perfecta, él desea realizarlo para todos los hombres. Juan Damasceno, que hemos citado más arriba, afirma que el nombre de Théotokos contiene todo el misterio de la economía divina. En Cristo, Dios perfecto y hombre perfecto, lo que significa para esta naturaleza «todo lo que tenía Adán, salvo el pecado», nuestra curación está ofrecida. Más allá de esta curación que consiste en volver a ser verdaderamente hombre, Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios (7). El «si» de María a la concepción del Hijo de Dios y Salvador, es el «si» de la humanidad a su liberación y a la realización del plan divino. La humanidad, es el Adán total en el cual nosotros somos todos Uno, es por eso Gregorio de Niza (330–395), uno de los tres grandes Capadocios, afirma: «Decir que hay varios hombres es un abuso ordinario del lenguaje... Hay ciertamente una pluralidad que comparten la misma naturaleza humana... pero, a través de todos ellos, el hombre es uno...» (8). Jesucristo se nombre el "Hijo del Hombre", él es el Hijo interior de la Adan-humanidad. María es el único ser humano que haya realizado en ella el Adán total, la única que haya dado nacimiento en ella y en el Adán total al Hijo. La único Esposo del hombre, femenino con relación a Dios, es Dios. (9)
En el siglo III, el gran maestro de la escuela de Alejandría que fue Orígenes (185-253) profesó la mística de la virginidad. El movimiento ascético del siglo IV dará a sus puntos de vista un gran vuelo. Orígenes fue uno de los principales creadores del lenguaje místico, la posteridad ha retenido en particular el tema del matrimonio místico. La unión de Cristo y de la Iglesia y la unión del Verbo con el alma son inseparables. Ellos presentan el aspecto colectivo y el aspecto individual de una misma realidad: la una se realiza por la otra y Orígenes pasa de la una a la otra sin transición en su Comentario al Cantar de los Cantares. El ha encontrado la interpretación eclesial de la esposa en la tradición de los dos Testamentos (10), pero parece ser el iniciador de la interpretación individual. En el fondo, cuanto más el alma individual es esposa, más la Iglesia es esposa. Por otra parte, el nacimiento terrestre de Jesús no produce su fruto de salvación que si el Cristo nace espiritualmente en cada uno de sus fieles:
«¿De que me sirve decir que Jesús ha venido solamente en la carne que ha recibido de María, si yo no muestro que él ha venido también en mi carne?» (11).
Esta exhortación bajo forma de pregunta ha conocido desarrollos en numerosos espirituales de los siglos siguientes. Así, en el siglo IV, el Capadocio Gregorio de Nisa (330-395), hermano Basilio, autor de un Tratado de la virginidad, dice:
«Lo que se realizó corporalmente en María la inmaculada... esto se realizó también en toda alma que permanece virgen según la razón» (12).
Pero los desarrollos espirituales son particularmente imponentes en Máximo el Confesor (580–662):
«El Verbo de Dios, nacido una vez por todas según la carne, quiere siempre, por amor del hombre, nacer según el Espíritu en aquellos que lo desean. El se hace niño, formándose él mismo en ellos por las virtudes...» (13)
En su interpretación del Padre Nuestro precisa:
«El Cristo nace siempre misteriosamente, encarnándose a través de aquellos que él salva: él hace del alma que le da a luz una madre virgen, la cual no lleva, para decirlo en una palabra, como en la relación entre macho y hembra, las marcas de la naturaleza sometida a la corrupción y a la generación» (14).
Por la fe, aquel que deviene cristiano y es bautizado se beneficia de la presencia activa del Espíritu Santo, accede por El a una filiación y a una divinización potencial. La gracia bautismal debe crecer y fructificar. En una proceso sinérgico, el hombre colabora en su salvación entregándose a la ascesis y a la práctica de las virtudes (praktikè), con el fin de acceder, liberada el alma de las pasiones, a la contemplación (théoria) y a la unión.
San Máximo sostiene que la fe unida a la practica de las virtudes engendra el Verbo en el alma:
«La Madre del Verbo es la verdad, la fe pura y sin mácula, ella que El había hecho madre aceptando por amor del hombre el nacer en tanto que hombre. Así en nosotros el Verbo crea en primer lugar la fe, a continuación deviene hijo de esta fe en nosotros, "incorporado" de ella por la práctica de las virtudes». (15)
María no es solamente la mediadora de la salvación, la que intercede por las salvación de las almas, la puerta del cielo o la escala mística de Jacob (Gn 28,12), entre las numerosas cualidades cantadas en los textos litúrgicos, ella es nuestra iniciadora y nuestro modelo. Muchos espirituales atribuyen sus progresos a la intercesión de la Madre de Dios. El célebre San Siluano (1866–1938), monje del Monte Athos o de la Santa Montaña (Hagion Oros), sobrenombrado el "jardín de la Virgen", confiesa en uno de sus escritos: «Todavía joven novicio, oraba un día ante el icono de la Madre de Dios, y la "oración de Jesús" entró en mi corazón donde comenzó a ser pronunciada por si misma, sin esfuerzo por mi parte». (16)
Aquel que ora a la Madre de Dios es conducido por ella al amor que ella lleva, a Dios hecho hombre. El monje ruso Serafín de Sarov (1759–1833), testigo de la luz increada, recomienda hacer antes del mediodía la oración de Jesús: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mi pecador», y dirigirse después del mediodía a la Virgen María: «Santa Madre de Dios, sálvame pecador».
María inicia a la oración de Jesús, vía de oración cuya tradición permanece todavía viva en el mundo ortodoxo, tanto en los sacerdotes como en los laicos, y más allá del mundo ortodoxo desde hace algunas decenas de años. Para los fieles, es por la oración de Jesús, la invocación-recuerdo continuo del santo Nombre del Salvador en el corazón, como se purifica el alma y la inteligencia (noùs), como se hace humilde y disponible a la recepción del don del Espíritu Santo.
La oración del corazón está ligada al método de oración hesicasta, del griego hesychia, que puede traducirse por quietud, paz interior o recogimiento. San Juan Climaco (klimax significa escala en griego), higumeno del monasterio de Santa Caterina del Monte Sinaí, en los siglos VI y VII, definió el hesicasmo ligando por primera vez los tres términos siguientes: memoria de Jesús, dominio del aliento y hesyquia. En el vigésimo séptimo grado de su libro la Escala Santa, el exhorta a su lector:
«Que el recuerdo de Jesús sea uno con tu aliento y entonces tu conocerá la utilidad de la hesiquia... ya que la hesiquia es un culto y una presencia en Dios continuos»
Según Juan, el hesicasmo requiere el silencio, la soledad, un espacio restringido. Un apotegma de los Padres del desierto (siglo IV) relata la respuesta de un Padre espiritual (Abba) a aquel que le pregunta sobre la utilidad de la hesiquia. El abba dice que aquel que vive en el recogimiento tiene necesidad de tres obras: el temor continuo de Dios, implorar con perseveranza y que su corazón no se relaje del recuerdo de Dios». (17)
La Madre de Dios fue la primera persona humana en pronunciar el divino nombre de Jesús, «nombre por encima de todo nombre, a fin de que en nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y bajo tierra» (Fil. 2 9–11), que le fue revelado por el arcángel Gabriel (Luc. 1,31). A propósito de esta oración del Nombre, dos monjes hagioritas (de Hagion Oros, la santa montaña del Athos) del siglo XIV, Calisto e Ignacio Xanthopouloi, cuyos escritos están recogidos en la Filocalia, antología de textos ascéticos y místicos del siglo IV al XIV, prestan esta cita a san Juan Crisostomo (354–407): «Persevera sin descanso en el nombre del Señor Jesús, con el fin de que el corazón absorba al Señor, que el Señor absorba al corazón, y que los dos se hagan uno».
Ante el icono de la Virgen orante o Virgen del Signo (Is. 7, 13–14), aquella que es más vasta que los Cielos porque contiene a Aquel que los ha creado, nosotros vemos lo que todos nosotros estamos llamados a realizar. Nuestra alma oscurecida y confusa por las pasiones puede y debe volverse virgen para ser digna de la unión con el Esposo divino. Que seamos hombre o mujer, debemos considerarnos como una esposa. Cada uno de entre nosotros puede devenir una "micro-iglesia", una pequeña iglesia, un templo del Espíritu Santo, un icono de la Madre de Dios. Jesús es el "camino" y la "puerta", María es la primera, ella se adelanta a la humanidad. Cada uno es llamado a seguir a aquella que es una hagiofanía, la santidad personalizada. Esto, hasta su nacimiento en el cielo, designado por el nombre de Dormición (Koimesis).
En verdad, no se sabe nada de la muerte de María, ni la fecha, ni el lugar. Si se exceptúa el "signo" de la Mujer y del dragón, que es objeto del capítulo 12 del Apocalipsis, donde es permitido el reconocer una imagen del destino final de la madre del Mesías, el Nuevo Testamento no contiene alusión a la Asunción de la Virgen. Esta aparece en la historia bajo la cobertura de tradiciones apócrifas (18). Un texto atribuido a Meliton de Sardes (siglo II), el Transitus, describe una tumba nueva, al Oriente de Jerusalén: en la entrada del valle de Getsemaní, donde Pedro, siguiendo ordenes de Jesús, habría depositado el cuerpo y no el cadáver. En efecto, muy pronto se impuso el hecho de que la corrupción no podía alcanzar a la que fue el receptáculo del Verbo encarnado, de ahí la expresión de Dormición. Las tres homilías sobre la Dormición compuestas en el siglo VII por Juan Damasceno son uno de los principales testimonios de la tradición según la cual la Madre de Dios fue elevada al cielo en alma y cuerpo. (19)
«¡Oh, el incomparable pasaje, que te vale la gracia de emigrar hacia Dios! Ya que si esta gracia es dada por Dios a todos los servidores que tienen su espíritu –ya que ella les es donada, la fe nos lo enseña–, de todas maneras la diferencia es infinita entre los esclavos de Dios y su Madre. Entonces ¿como llamaremos nosotros a este misterio que se cumple en ti? ¿una muerte?. Pero si, como lo quiere la naturaleza, tu alma toda santa y bienaventurada es separada de tu cuerpo bendito e inmaculado, y si este cuerpo es liberado a la tumba siguiendo la ley común, sin embargo él no permanece en la muerte y no es destruido por la corrupción. Para aquella cuya virginidad ha permanecido intacta en el alumbramiento, al comienzo de esta vida, el cuerpo se ha mantenido sin descomposición, y situado en una morada mejor y más divina, fuera del alcance de la muerte, y capaz de durar por toda la infinidad de los siglos». (I, 10)
María entrada en la gloria, al lado de su Hijo, ejerce su papel de intercesión universal.
¿Es posible sacar conclusiones? A la luz de los Padres, diremos que María, es la humanidad, es la Creación misma que realiza su vocación: traer al mundo a su creador para ser desposada por El y unida a El sin confusión. De san Gregorio Pálamas (1296–1359), teólogo de la visión de la luz increada y defensor de los monjes hesicastas, relatamos esta última cita:
«Queriendo crear una imagen de la belleza absoluta y manifestar claramente a los ángeles y a los hombres la potencia de su arte, Dios ha hecho verdaderamente a María totalmente bella. El ha reunido en Ella las bellezas parciales que El ha distribuido a las otras criaturas y la ha constituido como el común ornamento de todos los seres visibles e invisibles; o mejor, ha hecho de Ella como una mezcla de todas las perfecciones divinas, angélicas y humanas, una belleza sublime embelleciendo los dos mundos, elevándose de la tierra hasta el cielo y sobrepasando incluso este último». (20)
Es tiempo de volver al silencio, «misterio del mundo por venir» según Isaac el Sirio (siglo VII), para el honrar a aquella que es «mas venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines». (21)
*Herri-Pierre RINCKEL * * * * * * * * * * *

PRESENCIA DE MARIA EN EL ISLAM


 




Jesús, que ocupa un lugar particularmente eminente en el Islam y de quien los musulmanes no pronuncian el nombre más que con veneración, es llamado siempre en el Corán "Jesús hijo de María" ('Isa ibn Maryam). Esto quiere decir que su nacimiento virginal está testificado por la Revelación y representa un artículo de fe que ningún creyente pondría en duda. En cuanto a María (Maryam), su madre, ella es la mujer más venerada de los musulmanes ya que es la única cuyo nombre es mencionado en el Corán, siendo los demás nombres mencionados en este libro solo de personajes masculinos. Los pasajes del Libro sagrado, que datan tanto del comienzo de la Revelación así como de sus fases más tardías, subrayan la eminencia y la perfección de María, lo mismo que informan de las circunstancias que han rodeado el nacimiento milagroso de su hijo.
Si Cristianismo e Islam están fundamentalmente de acuerdo sobre el carácter sobrenatural del acontecimiento, existen sin embargo varias divergencias relativas a su alcance espiritual y a su significado fundamental, desde el momento en que, en la perspectiva musulmana, no podría tratarse de encarnación. Las circunstancias exteriores que rodean al acontecimiento divergen igualmente de una tradición a otra. Así en el Islam la Natividad, de la cual no se precisa el lugar, es ajena al lugar de Belén y al entorno del pesebre tan querido a la piedad cristiana. Igualmente la tradición musulmana, estimando que María no ha sido ni prometida ni casada antes de la Anunciación, ignora el personaje de José, lo mismo que pasa por alto el episodio de la huida a Egipto.
Los autores musulmanes, que frecuentemente se han interesado en la genealogía de la Virgen, le reconocen en general una ascendencia noble y la miran como perteneciendo al linaje de Aaron (Haroun), hermano de Moisés (Moussa). Con relación a sus padres y a su venida al mundo, cuentan un episodio cuyo recuerdo se ha hecho popular: su padre 'Imrân (Joaquín para los cristianos) y su madre Hanna (Santa Ana), que llevaban una existencia modesta y tranquila en Nazaret, no habían tenido descendencia hasta una edad avanzada. Un día su atención se vio atraída por un pájaro que, en un árbol, daba alimento a sus crías. Emocionada y bajo el efecto de un arrebato de amor maternal, Hanna sintió el deseo de tener un hijo y de dedicarlo al servicio de Dios. Su deseo fue concedido y se quedo encinta. Es entonces donde se sitúa el episodio relatado por el Corán (III, 35): "La mujer de 'Imran dijo: «¡Mi Señor! Yo te consagro lo que está en mi seno; acéptalo de parte mía. Tu eres en verdad Aquel que escucha y que sabe". Poco después trajo al mundo una niña y, siempre según la narración coránica, ella dijo: "Yo la llamo María, yo la pongo bajo tu protección a ella y a su descendencia, frente Satán el reprobado. Su Señor acogió a la niña haciéndole un bello recibimiento: la hizo crecer con un bello crecimiento y la confió a Zacarías". Porque 'Imrân había muerto antes del nacimiento de la niña y Zacarías, su tío y padre del profeta Yahya (Juan Bautista), asumió su cuidado. Es entonces donde se sitúa un celebre episodio narrado por la misma sura (III, 37-38):
«María tenía la costumbre de retirarse en un mihrab, un nicho de oración, y cada vez que Zacarías entraba allí, comprobaba que ella disponía de un alimento llegado misteriosamente. El le preguntaba entonces: "¿Oh María, de donde viene todo esto?" Ella respondía: "Esto viene de Dios: Dios da su subsistencia a quién El quiere". Este versículo coránico figura frecuentemente entre los motivos caligráficos que adornan los mihrabs de las mezquitas, particularmente en Turquía.
La importancia de María en el Islam está subrayada primero por el hecho de que la sura del Corán (XIX) que relata la Anunciación y la Natividad se designan por ese nombre. He aquí el pasaje principal:
"Mencionada María en el Libro. Ella dejó su familia y se retiró en un lugar hacia Oriente. Colocó un velo entre ella y los suyos. Nosotros le hemos enviado nuestro Espíritu; él se presentó ante ella bajo la forma de un hombre perfecto. Ella dijo: «¡En el Clemente me refugio contra ti, si eres piadoso!. El dijo: «Yo soy el enviado de tu Señor para darte un hijo puro». Ella dijo: «¿Cómo tendré yo un hijo? Ningún hombre me ha tocado nunca y yo no soy disoluta». El dijo: «Es así: Tu Señor ha dicho: Eso es fácil para Mí. Haremos de él un Signo para todos los hombres, una misericordia venida de Nosotros. El decreto es irrevocable»"
"Ella quedó encinta del niño y después se retiró con él en un lugar alejado. Los dolores la sorprendieron cerca de un tronco de palmera. Ella dijo: «¡Desdichada de mi! ¡Ojalá hubiera muerto antes de esto y estuviese completamente olvidada!». Gabriel que se encontraba a sus pies le dijo: «¡No te entristezcas! Tu Señor ha hecho surgir un arroyo a tus pies. Sacude hacia ti el tronco de la palmera: caerán dátiles frescos y maduros. Come, bebe y tranquilízate. Cuando veas a algún mortal, dile: «Yo he hecho voto al Clemente de ayunar. Hoy no hablaré a ningún humano»
Ella volvió con los suyos llevando el niño. Ellos dijeron: «¡Oh María! ¡Has hecho algo inadecuado! ¡Oh hermana de Aarón! ¡Tu padre no era un hombre malo y tu madre no era una prostituta!. María señaló al niño para que le interrogasen y ellos dijeron entonces: «¿Cómo hablaremos a un niño de cuna?». Pero éste respondió: «Yo soy en verdad el servidor de Dios. El me ha dado el Libro; El ha hecho de mí un Profeta; El me ha bendecido dondequiera que yo esté. El me ha prescrito la plegaria y la limosna mientras viva y la bondad hacia mi madre. El no me ha hecho ni violento ni malvado. ¡Que la Paz sea sobre mí el día en el que nací, el día en el que moriré, el día en que resucitaré!»
Este pasaje coránico, muy frecuentemente recitado, es uno de los elementos más importantes que mantienen viva en el Islam la presencia de María y de Jesús. Al milagro del recién nacido capaz de hablar en su cuna, se puede añadir otro mantenido en la memoria popular gracias a un hadîth profético atestando la impecabilidad de Jesús y de su madre. Refiriéndose a la tradición según la cual todos los niños, en su nacimiento, dan gritos porque están siendo "pinchados" por Satán, este hadîth afirma que solamente Maryam y su hijo 'Isa escaparon a la acción del demonio y permanecieron sin pecado.
Otras tradiciones transmitidas en el cuadro del Islam dan detalles sobre la Anunciación. El acontecimiento está situado en una caverna cercana a una piscina que, según algunos, sería la de Siloé en Jerusalén. María, entonces con 13 años, tenía la costumbre de dirigirse a ella con un botijo para coger agua. El joven "perfecto" que se le aparece entonces es generalmente identificado con el arcángel Gabriel que, viéndola temerosa, la tranquilizó, aceptando entonces ella someterse a la voluntad divina. Entonces el ángel sopló en un pliego de su túnica, lo que la hizo concebir.
Basándose en otros pasajes del Corán, comentaristas cristianos han podido pensar que María se encontraba impropiamente asimilada a una de las personas de la Trinidad tal como la entiende el Cristianismo pero que es rechazada por el Islam.
He aquí uno de los principales pasajes señalados: "Dios dice: ¡Oh Jesús hijo de María! Eres tú quien dices a los hombres: «¿Nos tomáis, a mí y a mí madre, como dos divinidades por encima de Dios?» Jesús dice: «¡Gloria a ti! No me corresponde declarar lo que no tengo derecho a decir. Tu lo habrías sabido si yo lo hubiera dicho... » (V, 116) Los teólogos musulmanes reaccionan habitualmente subrayando que estos pasajes coránicos tratan de las realidades de la piedad cristiana y no de los dogmas oficiales de las Iglesias que, sobre este tema, están lejos de ser unánimes. Ahora bien parece evidente que muchos fieles de estas Iglesias miran como persona divina no solamente a Jesús sino igualmente a su madre.
Además de las numerosas menciones de María en el Corán, el Profeta Mahoma le ha dedicado numerosos elogios consignados en los hadîths. Así, según uno de ellos, "numerosos hombres han llegado a la perfección, pero entre las mujeres, solo la han alcanzado María hija de 'Imran, Fátima, Khadija y Asiya, esposa de Faraón. Esta última, que había aceptado la religión de Moisés, es mencionada en el Corán, pero sin figurar su nombre.
Un episodio de los comienzos del Islam merece todavía ser señalado: Cuando el Profeta, a la cabeza de las tropas musulmanas, se adueñó de La Meca, se dirigió a la Kaaba en la que limpió el interior de ídolos e imágenes, entre ellas la de Abraham, que estaba allí. Sin embargo hizo la excepción de un icono de la Virgen con el niño: el Profeta la recubrió con sus manos y ordenó que se hicieran desaparecer todas las demás pinturas y figuras. ¿Qué ocurrió después con este icono privilegiado? Algunos creen saber que fue discretamente puesto en lugar seguro, pero las tradiciones son muy vagas a este respecto. Lo esencial es sin duda que permanece el recuerdo de este gesto del fundador del Islam.
Hay que señalar una divergencia entre los comentadores musulmanes con respecto al estatus de María: unos, como Ibn Hazm (siglo XI), Ibn Arabî y Al-Qurtubi (siglo XIII), le reconocen la nabiyah, lo que la sitúa en el rango de los profetas, mientras que la mayoría de los teólogos, aún teniendo consciencia de sus méritos excepcionales, estiman que no sobrepasaría el nivel de la santidad (waliyah). Sea como sea, todos están de acuerdo en llamarla Sayyidatuna Maryam, cuya traducción exacta es "Nuestra Dama María".
Es interesante constatar que los autores sufíes que le reconocen la cualidad profética son generalmente los mismos que le atribuyen las más altas funciones esotéricas en el cuadro de la espiritualidad islámica. Tal es el caso de los maestros que acabamos de citar y de algunos otros como Rûmi cuando compara el alma humana pacificada con la Virgen María que da nacimiento al corazón personificado por Jesús.
Los pasajes coránicos relativos a la Virgen han suscitado numerosos comentarios a menudo esotéricos por parte de autores sufíes. Es el caso de Abd er-Razzak Kâshânî que intercala en el texto de la sura III (42-45) comentarios característicos de esta manera de ver (reproducidos aquí entre paréntesis): "Y cuando los ángeles (las facultades espirituales) dijeron a María (el alma inocente y pura) «Dios te ha elegido» (porque tu te has liberado de los deseos) y El te ha purificado (de los viles rasgos de carácter y de los atributos despreciables), El te ha escogido con preferencia a las demás mujeres (las mujeres son las almas sujetas al deseo y asociadas a actos reprensibles y hábitos despreciables). Oh María, sé piadosa con tu Señor (por tus deberes que son actos de obediencia y de adoración); y postérnate (en la estación del desapego, de la humillación, de la pobreza, de la incapacidad y de la búsqueda del perdón) e inclínate (en la estación de la humildad y del temor) con aquellos que se inclinan (los humildes)."
Para captar los significados esotéricos del papel de María en la espiritualidad musulmana, no se podría hacer nada mejor que dejarse guiar por la remarcable y sabia obra de Charles-André Gillis (Marie en Islam, Editions traditionnelles, 1990, ISBN 2-7138-0049-8) que expone las enseñanzas más importantes. Si cristianos y musulmanes están de acuerdo en reconocer en la Santa Virgen el modelo perfecto de la obediencia a la voluntad divina, los comentadores coránicos explican el sentido del nombre Maryam por el término 'abida que implica una sumisión total a Dios, lo que corresponde al sentido más exacto de la palabra islâm. Sin embargo María es algo más que ese modelo perfecto: "Según la realidad verdadera de su ser, María manifiesta un aspecto fundamental del Verbo eterno" escribe Charles-André Gillis, añadiendo que ella ocupa en el Islam una función que comporta "una dimensión propiamente iniciática cuya presencia misteriosa y raramente visible se manifiesta de manera constante".
Recurriendo a la "ciencia de las letras" ('ilm al-Hurûf), rama esotérica del saber tradicional bastante extraña a la mentalidad occidental moderna, el autor revela que Maryam, nombre árabe de María, comporta aspectos sobre los cuales los maestros antiguos habían señalado indicios sobre el papel universal de la Virgen. Es así que el valor numérico de las letras que la componen, 209, es el mismo que el de "cinco términos que se relacionan respectivamente con los ámbitos metafísico, ontológico, cosmológico, escatológico así como con ciertos aspectos del "polo" substancial de la Existencia. Hay ahí, para el pensamiento esotérico del Islam, una confirmación de la posición única de María.
Nuestro autor muestra a propósito de esto que el primero –que nos limitaremos a citar aquí– de estos cinco términos es marma, del verbo rama (lanzar), que puede aproximarse al nombre Maryam. Pues bien, este verbo figura en la enseñanza profética (hadîth) siguiente: "Tras de Allah, ningún blanco que se pueda alcanzar". Y con la ayuda de citas –que sería muy largo reproducir aquí– de Ibn Arabî, del emir Abd al-Qadîr y de René Guénon, es posible deducir enseñanzas relativas a la función suprema de María: "En tanto que ella representa el origen de toda concepción y el limite de toda comprensión, la Virgen aparece como el velo supremo que Alá hace descender entre El y Sus servidores. Este velo es el de la Misericordia de la cual El los cubre y por la cual El les da, según sus necesidades y sus estado diversos, Su protección y Su perdón. Este velo no está a su vez velado a si mismo en vista de que, exteriormente, oculta a los otros: Maryam, en su perfección, no está separada de la Esencia divina..."
Citemos todavía otro comentario de apariencia paradójica, debido a Ibn Arabî, a propósito de la concepción milagrosa de Jesús nacido de una virgen. Como lo escribe el cheikh al-Akbar, "Dios llamo a Jesús a la existencia por la intermediación de María. Por ello, María fue situada en la posición de Adán y Jesús en la de Eva. Ya que, por lo mismo que un ser femenino vino a la vida a partir de uno masculino, un ser masculino nació a partir de una mujer. De esa manera Dios termina por donde había comenzado, trayendo al mundo un hijo sin padre, lo mismo que Eva vino a la existencia sin madre. Así Jesús y Eva son hermano y hermana de los que Adán y María son los padres".
En la perspectiva de estas correspondencias, María ha podido ser llamada por los esoteristas musulmanes "hija de su hijo", y tal es el título que Charles-André Gillis da a uno de sus capítulos. Sin embargo semejantes correspondencias, todo lo sorprendentes que puedan parecer a nuestra mentalidad, no son hechas solamente por autores musulmanes y, como lo señala en el mismo capítulo, se encuentran ejemplos igualmente bajo la pluma de cristianos. El ejemplo más conocido es sin duda la invocación por la cual se abre el último canto del Paraíso de Dante: "O Virgen madre e hija de tu hijo..." Habría muchas más, sobre todo ese verso de Chrétien de Troyes: "Este glorioso padre que de su hija hizo su madre...".
Todo esto no impide la existencia de un serio desacuerdo entre Cristianismo e Islam a propósito de la filiación de Jesús. Así lo subraya la misma obra, "la doctrina islámica rechaza la idea de que el Muy-Alto pueda ser el padre, real o adoptivo, del Cristo manifestado, ya que eso implicaría que El entra, de una cierta manera, en una relación de "pareja". Es por eso que el Espíritu Santo, que cumple en modo no-carnal en el "mundo de las similitudes" esta función "paternal" frente a la Virgen, tiene un estatus angélico y no divino puesto que está identificado con el Ángel Gabriel. En compensación, en el Cristianismo, este último tiene un simple papel de "anunciador", y el Espíritu Santo es considerado como una persona divina".
En el mismo orden de ideas, el teólogo musulmán cheik Si Hamza Boubakeur hace una interesante observación a propósito de un versículo coránico de la sura "Los Profetas" (XXI,91): "Y aquella que había permanecido virgen, Nosotros le hemos insuflado de nuestro Espíritu, Nosotros hemos hecho de ella y de su hijo un signo para los mundos". El texto coránico, señala el cheik, no dice "nuestro espíritu", sino "de nuestro espíritu". La preposición "min" (de) "incluye una parcela, un fragmento, una fracción y no el todo en su unidad". Además el verbo nafakha empleado en el Corán, traducido por insuflar, significa etimológicamente "soplar con la boca". En el Corán es empleado a menudo con otras acepciones, pero en ninguna parte se le encuentra con el sentido de "encarnarse". Se trata entonces de un acto particular en el orden de la creación divina".
Siempre alejándose resueltamente de las interpretaciones en desacuerdo con la estricta doctrina monoteista, la tradición musulmana, particularmente en sus elementos esotéricos, reconoce en María otros privilegios y funciones de los que la obra de Charles-André Gillis subraya su importancia inmensa. Basándose en diversos pasajes coránicos, él atribuye a María una cualidad de "confirmadora" relacionándose con "el conjunto de manifestaciones del Verbo y de los Libros revelados". La Virgen se identifica de esa manera al Espíritu universal y a la Tradición primordial. Ella es así investida de una misión de reconciliación del mundo en acuerdo con este pasaje coránico: "Y aquella que ha permanecido virgen... Nosotros hemos hecho de ella y de su hijo un Signo para los mundos".
Otro punto a señalar: Charles-André Gillis estima posible el hablar de un cierto sacerdocio femenino eminentemente representado por la Virgen: "en tanto que Madona ella reúne en efecto Sabiduría divina e Inteligencia transcendente. Este sacerdocio juega un papel preponderante en las tradiciones caballerescas en las que domina un elemento afectivo y guerrero". Ahora bien, es el amor y no el conocimiento el que domina en estas tradiciones, las cuales no han desaparecido del mundo musulmán y donde permanece una presencia de "Sayyidatuna Maryam".
Una noción resume todas las enseñanzas y todas las tradiciones que posee el Islam a propósito de María, y es la de "Mujer Perfecta que corresponde en todos los grados al principio "pasivo" y substancial de la Existencia". El valor "eminentemente simbólico" del nombre Maryam nos da la confirmación de ello, lo mismo que los términos que, según la "ciencia de las letras" son sus equivalentes numéricos. Así se encuentra ilustrada la afinidad que representa el Islam con la función marial y "el espíritu de servidumbre que es su marca".
Siempre expresando nuestra alta estima por la obra de Charles-André Gillis, que se nos permita expresar nuestra sorpresa a propósito de este término de "servidumbre" que interviene con insistencia para caracterizar el espíritu del Islam y la función que en él ejerce María. La palabra "servidumbre", que él no es el único autor en utilizarla en el mismo contexto, expresa en efecto una idea de obligación, de dominación impuesta las personas que la sufren de manera pasiva e independiente de su voluntad. Tal no es ciertamente la actitud requerida a los creyentes del Islam que, adheriéndose a él, hacen por su propia voluntad acto de sumisión y de aceptación del orden divino, a ejemplo de la Santa Virgen frente al ángel de la Anunciación. Esta sumisión, que es identificación con la voluntad divina, corresponde exactamente a la actitud de María que, más y mejor que una "sierva", es la pura adoradora totalmente consagrada a Dios.
(Extraído de: «Marie et le Mystère Marial»; Revue Connaissance des Religions nº 47-48, Juillet-Décembre 1996; B.P. 10 VOGUE (Francia)



ROGER DU PASQUIER

viernes, 7 de enero de 2011

Alabanzas a la dulce Virgen

Oh María, Virgen Inmaculada,
Puro cristal para mi corazón,
Tú eres mi fuerza, oh ancla poderosa,
Tú eres el escudo y la defensa para el corazón débil.
Oh María, Tú eres pura e incomparable,

Virgen y Madre a la vez,

Tú eres bella como el sol, sin mancha alguna,

Nada se puede comparar con la imagen de Tu alma.

Tu belleza encantó el ojo del tres veces Santo,

Y bajó del cielo, abandonando el trono de la sede eterna,

Y tomó el cuerpo y la sangre de Tu Corazón,

Durante nueve meses escondiéndose en el Corazón de la Virgen.
Oh Madre, Virgen, nadie comprenderá,

Que el inmenso Dios se hace hombre,

Sólo por amor y por su insondable misericordia,

A través de Ti, oh Madre, viviremos con Él eternamente.
Oh María, Virgen Madre y Puerta Celestial,

A través de Ti nos ha llegado la salvación,

Todas las gracias brotan para nosotros a través de Tus manos,

Y me santificará solamente un fiel seguimiento de Ti.
Oh María, Virgen, Azucena más bella,

Tu Corazón fue el primer tabernáculo para Jesús en la tierra,

Y eso porque  Tu humildad fue la más profunda,

Y por eso fuiste elevada por encima de los coros de los ángeles y de los santos.
Oh María, dulce Madre mía,

Te entrego el alma, el cuerpo y mi pobre corazón,

Sé tú la custodia de mi vida,

Y especialmente en la hora de la muerte, en el último combate.

De Sor Faustina

"La consagración a la Madre de Dios… es un don total de sí, para toda la vida y para la eternidad; no un don de pura forma o de puro sentimiento, sino un don efectivo, realizado en la intensidad de la vida cristiana y mariana"

Pío XII .

"Causa de nuestra alegría"

La Iglesia llama a María “Causa de nuestra alegría”, y es muy cierta esta verdad, porque si recorremos el Santo Evangelio, vemos cómo a María está ligada la alegría.
Cuando la Virgen fue a visitar a su prima Santa Isabel, el niño que llevaba en su seno saltó de gozo en su vientre, es decir, que María llevó la alegría a esa casa.
En las Bodas de Caná, la Virgen intercede para que Jesús convierta el agua en vino, y sabemos que el vino es el que alegra el corazón. También aquí vemos a María llevando alegría a los hombres.
En Pentecostés desciende el Espíritu Santo sobre María y los apóstoles. Ante los ruegos de su Esposa, el Espíritu Divino no pudo resistirle y descendió en plenitud sobre los reunidos allí. Y muchos de los que escuchaban a los apóstoles, santamente embriagados de los Dones del Espíritu, decían que estaban borrachos, es decir, alegres.
Pues bien, María es la que trae la alegría a nuestra vida, y con Ella jamás podremos estar tristes, porque Ella es nuestra Madre que todo lo consuela, y como una madre buena, consuela las heridas de nuestro corazón y besa las lastimaduras que nos hace la vida.
Quien ama a María no se dejará vencer por la tristeza, porque María es la Fuente del Gozo.
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

De "devociones y promesas".