RADIO FE LATINA

Hijos de la Virgen Santisima que se acercan a esta Casa de Maria.

Todos estamos llamados a ser SANTOS

"Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados. Todos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad».
(S.S. Benedicto XVI, 1 de noviembre de 2007)

jueves, 8 de diciembre de 2011

sábado, 26 de noviembre de 2011

lunes, 21 de noviembre de 2011

jueves, 18 de agosto de 2011

PADRE PIO Y LA MADRE DE DIOS





Padre Pio y la Madre de Dios. No se puede imaginar la vida del fraile de Pietrelcina sin Maria. Y muchas veces la Madre de Dios manifestó a Él, hasta acompañándolo al altar durante la Santa Misa celebrada en la iglesia de Santa Ana.

La Virgen de la Libre, venerada en la iglesia parroquial de Pietrelcina, ha representado indudablemente la primera referencia de la devoción Mariana del pequeño Francesco Forgione. Un culto que ha ido cada vez más desarrollándose en los años hasta volverse expresión de un extraordinario cariño de hijo.

"La Madonnella nuestra", así Padre Pio siempre llamará tiernamente a la protectora de Pietrelcina. Pero no está solo con este título que Maria es venerada por Padre Pio. También la Virgen del Rosario de Pompeya, y sucesivamente la Virgen de las Gracias de San Giovanni Rotondo y la Virgen de Fatima, serán al centro de un culto Mariano que reviste un papel peculiar en la espiritualidad del fraile franciscano.

Padre Pio siempre ha siguió con atención la Historia de las Apariciones de Fatima. Cuando la Madre de Dios apareció la primera vez a Lucia, Giacinta y Francesco a Cova da Iria, el joven fraile se encontró a Foggia. Él, luego, de S. Giovanni Rotondo siguió cuidadosamente el desarrollarse de las apariciones y sobre todo el mensaje que irradió de Fatima. Un hilo invisible unió Fatima con S.Giovanni Rotondo. La misma Armada Azul, movimiento internacional de ruego provocado por los mensajes Mariano de Fatima, se volverá, junto a su fundador, parte de la familia espiritual de Padre Pio.

En el 1959 llega a Italia, por un Peregrinatio Mariae organizado por el Comité Nacional Mariano, de que hacen parte entre los otros el cardenal Lercaro y don Gabriele Amorth, el famoso exorcista, ambos hijos espirituales de Padre Pio.
La estatua de la Virgen de Fatima llega directamente desde Cova de Iria y en Italia es llevada a visitar todas las capitales de provincia, en cada una de la que sería acogida y hospedada por un período que va de uno a tres días. S.Giovanni Rotondo parece por lo tanto predestinada a ser excluida por esta Visita privilegiada. Pero Justa la ciudad de Benevento, a través del arzobispo mons. Calabria, renuncia a un día para permitirle a Padre Pio de saludar la imagen de la Virgen de Fatima a que él es particularmente atado.
Misteriosamente, como por un Dibujo Divino, en cuanto el simulacro de la Bianca Señora de Fatima está sobre el suelo italiano, Padre Pio cae enfermo, golpeado por una grave pleuresía essudativa que, prolongándose a largo, del 5 de mayo le prohibe de celebrar la Santa Misa. La tarde del 27 de julio, él anuncia el principio de la novena "por la visita de la Mamá Celeste", y exhorta todos los fieles a prepararse a esta visita con cristiana renovación. Por todas las tardes, vuelve a llamar la alegría, la suerte, y "la gracia toda especial" de esta visita invitando los fieles en acoger dignamente la imagen de Maria.
La tarde del 4 de agosto, Padre Pio anuncia que faltan pocas horas a la visita de la Madre de Dios, invitando una vez más los hijos espirituales y los fieles a prepararse dignamente a este gran acontecimiento Mariano.

Por fin, el día mismo de la llegada, expresa así su alegría incontenible: "Dentro de pocos minutos la Madre de Dios estará en nuestra casa… Ampliamos nuestros corazones."

miércoles, 3 de agosto de 2011

lunes, 11 de julio de 2011

Novena a la Virgen del Carmen


Oraciones para cada día. 


Por la señal, etc.

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Dios mío y Señor mío, postrado delante de vuestra Majestad Soberana, con todo mi ser, con toda mi alma y todo mi corazón te adoro, confieso, bendigo, alabo y glorifico. A ti te reconozco por mi Dios y mi Señor; en Ti creo, en Ti espero y en Ti confío. Me has de perdonar mis culpas y dar tu gracia y perseverancia en ella, y la gloria que tienes ofrecida a los que perseveran en tu amor. A Ti te amo sobre todas las cosas. A Ti confieso mi suma ingratitud y todas mis culpas y pecados, de todo lo cual me arrepiento y te pido me concedas benignamente el perdón. Pésame, Dios mío, de haberos ofendido, por ser Vos quien sois. Propongo firmemente, ayudado con vuestra divina gracia, nunca más pecar, apartarme de las ocasiones de ofenderos, confesarme, satisfacer por mis culpas y procurar en todo serviros y agradaros. Perdóname, Señor, para que con alma limpia y pura alabe a la santísima Virgen, Madre vuestra y Señora mía, y alcance por su poderosa intercesión la gracia especial que en este Novena pido, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra, y provecho de mi alma. Amén.


ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS

Oh Virgen María, Madre de Dios y Madre también de los pecadores, y especial Protectora de los que visten tu sagrado Escapulario; por lo que su divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que pido en esta Novena, si conviene para su mayor honra y gloria, y bien de mi alma: que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de vuestra intercesión poderosa, y quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente; y uniendo mis voces con sus afectos, te saludo una y mil veces, diciendo: (rezar tres avemarías)


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen santísima del Carmen; yo deseo que todos sin excepción se cobijen bajo la sombra protectora de tu santo Escapulario, que todos estén unidos a Ti, Madre mía, por los estrechos y amorosos lazos de esta tu querida Insignia. ¡Oh hermosura del Carmelo! Míranos postrados reverentes ante tu sagrada imagen, y concédenos benigna tu amorosa protección. Te recomiendo las necesidades de nuestro Santísimo Padre, el Papa, y las de la Iglesia Católica, nuestra Madre, así como las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos. Mira con ojos de compasión a tantos pobres pecadores, herejes y cismáticos, cómo ofenden a tu divino Hijo y a tantos infieles como gimen en las tinieblas del paganismo. Que todos se conviertan y te amen, Madre mía, como yo deseo amarte ahora y por toda la eternidad. Así sea.


DÍA PRIMERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que fuiste figurada en aquella nubecilla que el gran Profeta de Dios, Elías, vio levantarse del Mar, y con su lluvia fecundó copiosamente la tierra, significando la purísima fecundidad con que diste al mundo a tu querido Hijo Jesús, para remedio universal de nuestras almas: te ruego, Señora, me alcances de su majestad copiosas lluvias de auxilios, para que mi alma lleve abundantes frutos de virtudes y buenas obras, a fin de que sirviéndole con perfección en esta, vida, merezca gozarle en la eterna. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA SEGUNDO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que por tu singular amor a los Carmelitas los favoreciste con tu familiar trato y dulces coloquios, alumbrándolos con las luces de tu enseñanza y ejemplo de que dichosamente gozaron. Te ruego, Señora, me asistas con especial protección, alcanzándome de tu bendito Hijo Jesús luz para conocer su infinita bondad y amarle con toda mi alma; para conocer mis culpas y llorarlas para saber como debo comportarme a fin de servirle con toda perfección; y para que mi trato y conversación sean siempre para su mayor honra y gloria y edificación de mis prójimos. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA TERCERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que te dignaste admitir con singular amor el obsequio filial de los Carmelitas, que entre todos los mortales fueron los primeros que en tu honor edificaron un templo en el Monte Carmelo, donde concurrían fervorosos a darte culto y alabanza. Te ruego, Señora, me alcances sea mi alma templo vivo de la Majestad de Dios, adornado de todas las virtudes, donde El habite siempre amado, adorado y alabado por mi, sin que jamás le ocupen los afectos desordenados de lo temporal y terreno. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA CUARTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para mostrar tu especialísimo amor a los Carmelitas les honraste con el dulce nombre de hijos y hermanos tuyos, alentando con tan singular favor su confianza, para buscar en ti, como en amorosa Madre, el remedio, el consuelo y el amparo en todas sus necesidades y aflicciones, moviéndoles a la imitación de tus excelsas virtudes. Te ruego, Señora, me mires, como amorosa Madre y me alcances la gracia de imitarte, de modo que dignamente pueda yo ser llamado también hijo tuyo, y que mi nombre sea inscrito en el libro de la predestinación de los hijos de Dios y hermanos de mi Señor Jesucristo. Así Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA QUINTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para defender a los Carmelitas, tus hijos, cuando se intentaba extinguir la sagrada Religión del Carmen, mostrando siempre el amor y singular predilección con que los amparas, mandaste al Sumo Pontífice, Honorio III, los recibiese benignamente y confirmase su instituto, dándole por señal de que esta era tu voluntad y la de tu divino Hijo, la repentina muerte de dos que especialmente la contradecían. Te ruego, Señora, me defiendas de todos mis enemigos de alma y cuerpo, para que con quietud y paz viva siempre en el santo servicio de Dios y tuyo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


SEXTO DÍA

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para señalar a los Carmelitas por especiales hijos tuyos, los enriqueciste con la singular prenda del santo escapulario, vinculando en él tantas gracias y favores para con los que devotamente lo visten y cumpliendo con sus obligaciones, procuran vivir de manera que imitando tus virtudes, muestran que son tus hijos. Te ruego, Señora, me alcances la gracia de vivir siempre como verdadero cristiano y cofrade amante del santo escapulario, a fin de que merezca lograr los frutos de esta hermosa devoción. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA SÉPTIMO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que en tu santo Escapulario diste a los que devotamente lo visten, un firmísimo escudo para defenderse de todos los peligros de este mundo y de las asechanzas del demonio, acreditando esta verdad con tantos y tan singulares milagros. Te ruego, Señora, que seas mi defensa poderosa en esta vida mortal, para que en todas las tribulaciones y peligros encuentre la seguridad, y en las tentaciones salga con victoria, logrando siempre tu especial asistencia para conseguirlo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA OCTAVO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que ejerces tu especial protección en la hora de la muerte para con los que devotamente visten tu santo escapulario, a fin de que logren por medio de la verdadera penitencia salir de esta vida en gracia de Dios y librarse de las penas del infierno. Te ruego, Señora, me asistas, ampares y consueles en la hora de mi muerte, y me alcances verdadera penitencia, perfecta contrición de todos mis pecados, encendido amor de Dios y ardiente deseo de verle y gozarle, para que mi alma no se pierda ni condene, sino que vaya segura a la felicidad eterna de la gloria. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.


DÍA NOVENO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que extendiendo tu amor hacia los Carmelitas, aún después de la muerte, como piadosísima Madre de los que visten tu santo escapulario consuelas sus almas, cuando están en el Purgatorio, y con tus ruegos consigues salgan cuanto antes de aquellas penas, para ir a gozar de Dios, nuestro Señor, en la gloria. Te ruego, Señora, me alcances de su divina Majestad cumpla yo con las obligaciones de cristiano y la devoción del santo escapulario, de modo que logre este singularísimo favor. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

domingo, 15 de mayo de 2011

Alabanzas Marianas de los Santos Padres





Ave, alegría que deseamos.

Ave, exaltación del gozo de la Iglesia.

Ave, nombre que mana dulzura.

Ave, rostro que mana bondad divina.

Ave, morada de santidad.

Ave, Madre revestida de luz, que engendras al Sol sin ocaso.

Ave, Madre pura en santidad.

Ave, fuente saltarina de agua que lleva a la vida.

Ave, Madre misteriosa e inexplicable.

Ave, libro nuevo que encierra el nuevo mensaje de Dios.

Ave, alabastro que contienes la mirra de santidad que procede de Dios.

Ave, belleza que pregonas la riqueza de la virginidad.

Ave, criatura que llevas a tu Creador.

Ave, tú que contienes al que nadie puede contener.

Ave, tabernáculo de Dios y del Verbo.

Ave, la mayor santa de todas las santas.

Ave, Arca de la Alianza, que nos haces presente a Dios.

Ave, tesoro inagotable de vida.

Ave, diadema preciosa de los reyes piadosos.

Ave, gloria venerable de los Santos Padres.

Ave, nube luminosa, que derramas sobre nosotros el rocío espiritual y divino.

Ave, fuente llena de los dones de Dios.

Ave, llena de gracia, de quien nació el Sol de salvación.

Ave, que nos entregas a Cristo, Sol que llena de bondad la creación.

Ave, tú por quien brindan los trofeos.

Ave, tú por quien sucumben los enemigos.

Ave, salud de mi cuerpo.

Ave, salvación de mi alma.



* * *



Ave, flor de inmortalidad.

Ave, corona de castidad.

Ave, llena de gracia, arca de santidad y ramita de justicia.

Ave, María, plantada por Dios, que floreces como una flor incorruptible.

Ave, tú que, con el ritmo cadencioso de tus pasos, has pisoteado al diablo.

Ave, oh Esposa de Dios, que has puesto sobre nosotros el manto divino del perdón.

Ave, árbol con frutos de luz.

Ave, bosque con ramaje abundante, donde vienen muchos a protegerse.

Ave, tú que llevas en tu seno al guía de los extraviados.

Ave, satisfacción del Juez supremo.

Ave, reconciliación de muchos pecadores.

Ave, corona de confianza para los desposeídos.

Ave, amor que supera todo deseo.

Ave, Madre del Cordero sin mancha y de la Piedra angular de la Iglesia.

Ave, llena de gracia, verdadero incensario de oro.

Ave, tesoro de pureza, sacratísimo y sin mancha alguna.

Ave, nube resplandeciente del Espíritu vivificante.

Ave, que traes la lluvia de la misericordia, que empapa todo lo creado.

Ave, que nos das el Verbo de Dios para atraer a los extraviados.

Ave, Madre del que viene a reconciliarnos entre nosotros y con Dios.

Ave, llena de gracia, esperanza de los nacidos en la tierra.

Ave, que has transformado el dolor en gozo.

Ave, llena de gracia inmaculada.

Ave, que has dispuesto para la sepultura al Cordero de Dios.

Ave, llena de gracia gozo del alma.

Ave, buena mediadora de todos los pecadores.

Ave, llena de gracia, refugio admirable y compasivo.

Ave, tu que eres contemplada como la hermosura más grande y excelsa.



* * *

lunes, 14 de marzo de 2011

miércoles, 16 de febrero de 2011

Novena a María del Buen Amor

 Esta novena fue escrita por el Padre Claudio Bert, párroco de la Capilla del Sanatorio San José.
 El día de la Virgen del Buen Amor es el 25 de febrero.


Oración a María del Buen Amor

Salve, Santa María, Madre del Verbo encarnado: María del Buen Amor.

Alabamos, veneramos y bendecimos tu dulce Nombre, María, ya que fuiste ungida por el buen amor del Espíritu Santo en el preciso instante de tu concepción.

Por el buen amor que el arcángel Gabriel te anunció, y que tú supiste entrañar en el tabernáculo de tu corazón virginal…

Por el ben amor que Dios te prodigó, mientras contemplabas en silencio al divino Niño recostado en el pesebre…

Por el buen amor que te inspiró salir al encuentro de Isabel, tu prima, donde pusiste melodía de alabanza feliz al Magnificat de la encarnación…

Por el buen amor que en el misterio de Nazaret acompasó las horas y los días en que tú cuidaste el fruto bendito de tu vientre…

Por el buen amor que quisiste compartir en las bodas de Caná, cuando interpusiste tu maternal mediación entre la omnipotencia de tu Hijo y las carencias de otros, que más tarde serían tus hijos…

Por el buen amor que te sostuvo de pie junto al misterio de la Cruz de tu Bendito Hijo moribundo…

Por el buen amor con que acariciaste piadosamente el Sacratísimo Cuerpo de tu Hijo, cuando lo bajaron del leño de la cruz…

Por el buen amor que cicatrizó la herida de tu Corazón traspasado, cuando recibiste el abrazo pascual de tu Hijo resucitado…

Por el buen amor de Dios que te revistió de luz y belleza, cuando tu Hijo, el Rey de la Gloria, te coronó como Reina de los Cielos…

Salve, Santa María del Buen Amor: en ti y en tu Hijo, en toda circunstancia, confiamos y esperamos recibir aquellas gracias que hoy imploramos en tu presencia. Amén.

Autor: Padre Claudio Bert

miércoles, 26 de enero de 2011

viernes, 21 de enero de 2011

Oraciones basicas a la Dulce Virgen Maria


Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

V.Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor.

R.Amén

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén.



BENDITA SEA TU PUREZA
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.




BAJO TU AMPARO
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

sábado, 8 de enero de 2011

MARIA EN LA ESPIRITUALIDAD ORTODOXA

 

EL MISTERIO DE LA HUMANIDAD
MADRE Y ESPOSA DE DIOS


Si los católicos designan gustosamente a María como la Santa Virgen, los cristianos de Oriente la llaman La Madre de Dios o, en griego, la Théotokos. Esta diferencia no ilustra la separación entre la Iglesia católica de tradición latina y la Iglesia de Oriente de tradición griega; separación o cisma que, como se sabe, se hizo oficial en 1054. Esta diferencia caracteriza más bien a mentalidades y historias específicas de las que son testimonio ciertas formulaciones sobre el lugar y al papel de María en la economía divina. Nos fundaremos sobre la expresión dogmática de la fe y sobre los testimonios patrísticos de la vida espiritual que le es profundamente ligada para iluminar el lugar de María en la espiritualidad ortodoxa.
En el origen del nombre Madre de Dios, hay un debate que nos lleva a una cuestión cristológica que fue decisiva. El enunciado de la fe cristiana ha conocido un período de intensa reflexión en el transcurso de los siglos IV y V. Los debates teológicos han concurrido en la elaboración y en la maduración del pensamiento cristiano. Tras las controversias del siglo IV (arrianos en particular) que decidieron el emperador Constantino a convocar el primer concilio ecuménico de la historia cristiana en Nicea en el 325, un debate centrado sobre la persona de Cristo agitó el siglo IV. ¿Cómo comprender la Encarnación? ¿Hay dos personas en el Cristo Dios y hombre? Esta crisis es llamada nestoriana, por el nombre de Nestorio, obispo de Constantinopla. Este último oponía los aspectos, humano y divino, de la persona de Cristo. Esta dualidad conllevaba lógicamente que María era solamente la madre del hombre Jesús (Christotokos, la madre de Cristo); ella no podía por consiguiente ser llamada Madre de Dios. Frente a Nestorio, Cirilo, obispo de Alejandría sostenido por el papa Celestino primero, afirmaba la unidad del Verbo encarnado y obtuvo la convocatoria del concilio de Efeso en 431 (III concilio ecuménico). El concilio condenó la doctrina de Nestorius. María fue proclamada "madre del Hijo, consubstancial al Padre" y no del Cristo-hombre como lo querían Nestorio y sus partidarios. Dos años más tarde, en el 433, en un texto llamado a veces "Símbolo de Efeso", Cirilo y su adversario Juan de Antioquía se pusieron de acuerdo en una formulación común: en Cristo, las dos naturalezas, humana y divina, están unidas sin confusión. María es bien la Theotokos. Aquellos que rechazan en María esta cualidad no son verdaderos cristianos, ya que ellos se oponen al dogma de la Encarnación del Verbo.
En su libro La fe ortodoxa (libro III, cap. 12), san Juan Damasceno (675-749), uno de los doctores de la teología marial, resume lo esencial de la fe en la Santa Virgen Madre de Dios:
«Proclamamos a la Santa Virgen propiamente y verdaderamente Madre de Dios (...) ya que la Santa Virgen no ha engendrado un simple hombre, sino al Dios verdadero; no desnudo, sino vestido de carne; no como un cuerpo descendido del cielo y transitado por ella como un canal, sino tomando de ella una carne consubstancial a la nuestra (...) Ya que si este cuerpo hubiera venido del cielo y no viniera de nuestra naturaleza, ¿qué necesidad habría de su descendimiento en el hombre?.»
Este pasaje subraya que la obra salvífica y liberadora de la Encarnación reposa en la realidad del nacimiento de Dios el Verbo en un cuerpo humano. Pero escuchemos la continuación:
«La in-hominización del Verbo de Dios ha venido para que esta misma naturaleza pecadora, caída y corrompida, venza el tirano que nos ha engañado...»
El paralelismo entre las dos Evas, que se remonta al siglo II en el filósofo apologista Justino (v. 100–165) ha sido desarrollado por Ireneo de Lyon (130–208). En su célebre obra Contra las herejías (III, 22,4), este último precisa:
«Por lo mismo que Eva, desobedeciendo, devino causa de muerte para ella misma y para todo el género humano, por lo mismo María, teniendo como esposo a aquel que le había sido destinado desde antes, y sin embargo virgen, devino, obedeciendo, causa de salvación para ella misma y para todo el género humano (...) El nudo de la desobediencia de Eva ha sido desanudado por la obediencia de María, ya que la Virgen Eva había atado por su incredulidad, la Virgen María lo ha desanudado por su fe.»
En el siglo XI, Michel Psellos, humanista bizantino, retoma este tema de una manera gráfica:
«Hasta la Virgen, nuestra raza ha heredado la maldición de la primera madre. Después el dique ha sido construido contra el torrente y la Virgen Santa ha devenido la muralla que paró el diluvio de males (1).»
Con la nueva Eva, se abre un nuevo eón, el de la reconciliación. María deviene la Madre de todos los vivos, Eva perfeccionada. Ella es el icono de la Iglesia que recibe el Verbo de Dios por el arrepentimiento. En María, la Iglesia tiene su hipóstasis propia y creada, su perfección se ha realizado ya en una persona humana plenamente unida a Dios, encontrándose más allá de la Resurrección y del Juicio (2). Sin Jesucristo, nuevo Adán, no hay unión posible entre Dios y el hombre; sin María, la humanidad no sería ni salvada ni deificada. El Verbo de Dios se ha vuelto verdaderamente hombre viniendo de una mujer (Ga. 4,4). «A causa de El (Dios) tu has venido a la vida, a causa de El tu servirás a la salvación universal, para que el antiguo designio de Dios, que es la Encarnación del Verbo y nuestra divinización, se realice (3)».
La madre de Dios, la "sierva del Señor" es una criatura privilegiada desde antes de su nacimiento. Según el Protoevangelio de Santiago (4), apócrifo del siglo II considerado como una fuente auténtica por Clemente de Alejandría (140–220) o también por Orígenes (185–253), la Virgen ha nacido de una pareja de Justos, Joaquín y Ana. Ultima flor del tallo de Jessé (Is. 11,1), fue llevada por sus padres, a la edad de tres años, al Templo de Jerusalén, el lugar de la Presencia divina (la fiesta de la Presentación de María en el Templo es celebrada en la Iglesia ortodoxa el 21 de noviembre). María es elegida y no predeterminada como lo recuerda también san Juan Damasceno (5). Hija del pueblo elegido, no está ella desligada de la humanidad caída; criatura humana, aunque santificada desde antes de su nacimiento y magnificada bajo la mirada de Dios, ella no está exempta de pecado. La Iglesia ortodoxa no admite la noción de exención planteado por el dogma romano de la Inmaculada Concepción proclamado por el papa Pío IX en 1854 (Bula Ineffabilis Deus). Este privilegio corta a María de sus raíces humanas, disminuye su grandeza natural, su libertad personal, su papel en la salvación del hombre, y debilita la acción salvadora del Verbo por de su encarnación. María es el símbolo vivo de la humanidad frente a su Padre divino.
María concibe al hijo porque en ella y sobre ella reposa el Espíritu Santo que participa en la Encarnación. En el Símbolo de la fe, los fieles proclaman:
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre por quien todo fue hecho, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, descendió de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre...»
La Encarnación es la obra de dos hipóstasis divinas: enviado al mundo por el Padre, el Hijo se encarna como Persona mientras que el Espíritu Santo participa en la Encarnación a través de la carne que El santifica, haciendo de María el cielo terrestre. «En el tiempo de la Encarnación –dice el teólogo contemporáneo Boris Bobrinskoy– el Espíritu santo es el "Espíritu de la Encarnación", Aquel en quien y por quien el Verbo de Dios hace irrupción en la historia, Aquel que Le prepara un cuerpo humano, templo de la divinidad del Verbo» (6).
Lo que Dios realiza en María, de una manera única y perfecta, él desea realizarlo para todos los hombres. Juan Damasceno, que hemos citado más arriba, afirma que el nombre de Théotokos contiene todo el misterio de la economía divina. En Cristo, Dios perfecto y hombre perfecto, lo que significa para esta naturaleza «todo lo que tenía Adán, salvo el pecado», nuestra curación está ofrecida. Más allá de esta curación que consiste en volver a ser verdaderamente hombre, Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios (7). El «si» de María a la concepción del Hijo de Dios y Salvador, es el «si» de la humanidad a su liberación y a la realización del plan divino. La humanidad, es el Adán total en el cual nosotros somos todos Uno, es por eso Gregorio de Niza (330–395), uno de los tres grandes Capadocios, afirma: «Decir que hay varios hombres es un abuso ordinario del lenguaje... Hay ciertamente una pluralidad que comparten la misma naturaleza humana... pero, a través de todos ellos, el hombre es uno...» (8). Jesucristo se nombre el "Hijo del Hombre", él es el Hijo interior de la Adan-humanidad. María es el único ser humano que haya realizado en ella el Adán total, la única que haya dado nacimiento en ella y en el Adán total al Hijo. La único Esposo del hombre, femenino con relación a Dios, es Dios. (9)
En el siglo III, el gran maestro de la escuela de Alejandría que fue Orígenes (185-253) profesó la mística de la virginidad. El movimiento ascético del siglo IV dará a sus puntos de vista un gran vuelo. Orígenes fue uno de los principales creadores del lenguaje místico, la posteridad ha retenido en particular el tema del matrimonio místico. La unión de Cristo y de la Iglesia y la unión del Verbo con el alma son inseparables. Ellos presentan el aspecto colectivo y el aspecto individual de una misma realidad: la una se realiza por la otra y Orígenes pasa de la una a la otra sin transición en su Comentario al Cantar de los Cantares. El ha encontrado la interpretación eclesial de la esposa en la tradición de los dos Testamentos (10), pero parece ser el iniciador de la interpretación individual. En el fondo, cuanto más el alma individual es esposa, más la Iglesia es esposa. Por otra parte, el nacimiento terrestre de Jesús no produce su fruto de salvación que si el Cristo nace espiritualmente en cada uno de sus fieles:
«¿De que me sirve decir que Jesús ha venido solamente en la carne que ha recibido de María, si yo no muestro que él ha venido también en mi carne?» (11).
Esta exhortación bajo forma de pregunta ha conocido desarrollos en numerosos espirituales de los siglos siguientes. Así, en el siglo IV, el Capadocio Gregorio de Nisa (330-395), hermano Basilio, autor de un Tratado de la virginidad, dice:
«Lo que se realizó corporalmente en María la inmaculada... esto se realizó también en toda alma que permanece virgen según la razón» (12).
Pero los desarrollos espirituales son particularmente imponentes en Máximo el Confesor (580–662):
«El Verbo de Dios, nacido una vez por todas según la carne, quiere siempre, por amor del hombre, nacer según el Espíritu en aquellos que lo desean. El se hace niño, formándose él mismo en ellos por las virtudes...» (13)
En su interpretación del Padre Nuestro precisa:
«El Cristo nace siempre misteriosamente, encarnándose a través de aquellos que él salva: él hace del alma que le da a luz una madre virgen, la cual no lleva, para decirlo en una palabra, como en la relación entre macho y hembra, las marcas de la naturaleza sometida a la corrupción y a la generación» (14).
Por la fe, aquel que deviene cristiano y es bautizado se beneficia de la presencia activa del Espíritu Santo, accede por El a una filiación y a una divinización potencial. La gracia bautismal debe crecer y fructificar. En una proceso sinérgico, el hombre colabora en su salvación entregándose a la ascesis y a la práctica de las virtudes (praktikè), con el fin de acceder, liberada el alma de las pasiones, a la contemplación (théoria) y a la unión.
San Máximo sostiene que la fe unida a la practica de las virtudes engendra el Verbo en el alma:
«La Madre del Verbo es la verdad, la fe pura y sin mácula, ella que El había hecho madre aceptando por amor del hombre el nacer en tanto que hombre. Así en nosotros el Verbo crea en primer lugar la fe, a continuación deviene hijo de esta fe en nosotros, "incorporado" de ella por la práctica de las virtudes». (15)
María no es solamente la mediadora de la salvación, la que intercede por las salvación de las almas, la puerta del cielo o la escala mística de Jacob (Gn 28,12), entre las numerosas cualidades cantadas en los textos litúrgicos, ella es nuestra iniciadora y nuestro modelo. Muchos espirituales atribuyen sus progresos a la intercesión de la Madre de Dios. El célebre San Siluano (1866–1938), monje del Monte Athos o de la Santa Montaña (Hagion Oros), sobrenombrado el "jardín de la Virgen", confiesa en uno de sus escritos: «Todavía joven novicio, oraba un día ante el icono de la Madre de Dios, y la "oración de Jesús" entró en mi corazón donde comenzó a ser pronunciada por si misma, sin esfuerzo por mi parte». (16)
Aquel que ora a la Madre de Dios es conducido por ella al amor que ella lleva, a Dios hecho hombre. El monje ruso Serafín de Sarov (1759–1833), testigo de la luz increada, recomienda hacer antes del mediodía la oración de Jesús: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mi pecador», y dirigirse después del mediodía a la Virgen María: «Santa Madre de Dios, sálvame pecador».
María inicia a la oración de Jesús, vía de oración cuya tradición permanece todavía viva en el mundo ortodoxo, tanto en los sacerdotes como en los laicos, y más allá del mundo ortodoxo desde hace algunas decenas de años. Para los fieles, es por la oración de Jesús, la invocación-recuerdo continuo del santo Nombre del Salvador en el corazón, como se purifica el alma y la inteligencia (noùs), como se hace humilde y disponible a la recepción del don del Espíritu Santo.
La oración del corazón está ligada al método de oración hesicasta, del griego hesychia, que puede traducirse por quietud, paz interior o recogimiento. San Juan Climaco (klimax significa escala en griego), higumeno del monasterio de Santa Caterina del Monte Sinaí, en los siglos VI y VII, definió el hesicasmo ligando por primera vez los tres términos siguientes: memoria de Jesús, dominio del aliento y hesyquia. En el vigésimo séptimo grado de su libro la Escala Santa, el exhorta a su lector:
«Que el recuerdo de Jesús sea uno con tu aliento y entonces tu conocerá la utilidad de la hesiquia... ya que la hesiquia es un culto y una presencia en Dios continuos»
Según Juan, el hesicasmo requiere el silencio, la soledad, un espacio restringido. Un apotegma de los Padres del desierto (siglo IV) relata la respuesta de un Padre espiritual (Abba) a aquel que le pregunta sobre la utilidad de la hesiquia. El abba dice que aquel que vive en el recogimiento tiene necesidad de tres obras: el temor continuo de Dios, implorar con perseveranza y que su corazón no se relaje del recuerdo de Dios». (17)
La Madre de Dios fue la primera persona humana en pronunciar el divino nombre de Jesús, «nombre por encima de todo nombre, a fin de que en nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y bajo tierra» (Fil. 2 9–11), que le fue revelado por el arcángel Gabriel (Luc. 1,31). A propósito de esta oración del Nombre, dos monjes hagioritas (de Hagion Oros, la santa montaña del Athos) del siglo XIV, Calisto e Ignacio Xanthopouloi, cuyos escritos están recogidos en la Filocalia, antología de textos ascéticos y místicos del siglo IV al XIV, prestan esta cita a san Juan Crisostomo (354–407): «Persevera sin descanso en el nombre del Señor Jesús, con el fin de que el corazón absorba al Señor, que el Señor absorba al corazón, y que los dos se hagan uno».
Ante el icono de la Virgen orante o Virgen del Signo (Is. 7, 13–14), aquella que es más vasta que los Cielos porque contiene a Aquel que los ha creado, nosotros vemos lo que todos nosotros estamos llamados a realizar. Nuestra alma oscurecida y confusa por las pasiones puede y debe volverse virgen para ser digna de la unión con el Esposo divino. Que seamos hombre o mujer, debemos considerarnos como una esposa. Cada uno de entre nosotros puede devenir una "micro-iglesia", una pequeña iglesia, un templo del Espíritu Santo, un icono de la Madre de Dios. Jesús es el "camino" y la "puerta", María es la primera, ella se adelanta a la humanidad. Cada uno es llamado a seguir a aquella que es una hagiofanía, la santidad personalizada. Esto, hasta su nacimiento en el cielo, designado por el nombre de Dormición (Koimesis).
En verdad, no se sabe nada de la muerte de María, ni la fecha, ni el lugar. Si se exceptúa el "signo" de la Mujer y del dragón, que es objeto del capítulo 12 del Apocalipsis, donde es permitido el reconocer una imagen del destino final de la madre del Mesías, el Nuevo Testamento no contiene alusión a la Asunción de la Virgen. Esta aparece en la historia bajo la cobertura de tradiciones apócrifas (18). Un texto atribuido a Meliton de Sardes (siglo II), el Transitus, describe una tumba nueva, al Oriente de Jerusalén: en la entrada del valle de Getsemaní, donde Pedro, siguiendo ordenes de Jesús, habría depositado el cuerpo y no el cadáver. En efecto, muy pronto se impuso el hecho de que la corrupción no podía alcanzar a la que fue el receptáculo del Verbo encarnado, de ahí la expresión de Dormición. Las tres homilías sobre la Dormición compuestas en el siglo VII por Juan Damasceno son uno de los principales testimonios de la tradición según la cual la Madre de Dios fue elevada al cielo en alma y cuerpo. (19)
«¡Oh, el incomparable pasaje, que te vale la gracia de emigrar hacia Dios! Ya que si esta gracia es dada por Dios a todos los servidores que tienen su espíritu –ya que ella les es donada, la fe nos lo enseña–, de todas maneras la diferencia es infinita entre los esclavos de Dios y su Madre. Entonces ¿como llamaremos nosotros a este misterio que se cumple en ti? ¿una muerte?. Pero si, como lo quiere la naturaleza, tu alma toda santa y bienaventurada es separada de tu cuerpo bendito e inmaculado, y si este cuerpo es liberado a la tumba siguiendo la ley común, sin embargo él no permanece en la muerte y no es destruido por la corrupción. Para aquella cuya virginidad ha permanecido intacta en el alumbramiento, al comienzo de esta vida, el cuerpo se ha mantenido sin descomposición, y situado en una morada mejor y más divina, fuera del alcance de la muerte, y capaz de durar por toda la infinidad de los siglos». (I, 10)
María entrada en la gloria, al lado de su Hijo, ejerce su papel de intercesión universal.
¿Es posible sacar conclusiones? A la luz de los Padres, diremos que María, es la humanidad, es la Creación misma que realiza su vocación: traer al mundo a su creador para ser desposada por El y unida a El sin confusión. De san Gregorio Pálamas (1296–1359), teólogo de la visión de la luz increada y defensor de los monjes hesicastas, relatamos esta última cita:
«Queriendo crear una imagen de la belleza absoluta y manifestar claramente a los ángeles y a los hombres la potencia de su arte, Dios ha hecho verdaderamente a María totalmente bella. El ha reunido en Ella las bellezas parciales que El ha distribuido a las otras criaturas y la ha constituido como el común ornamento de todos los seres visibles e invisibles; o mejor, ha hecho de Ella como una mezcla de todas las perfecciones divinas, angélicas y humanas, una belleza sublime embelleciendo los dos mundos, elevándose de la tierra hasta el cielo y sobrepasando incluso este último». (20)
Es tiempo de volver al silencio, «misterio del mundo por venir» según Isaac el Sirio (siglo VII), para el honrar a aquella que es «mas venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines». (21)
*Herri-Pierre RINCKEL * * * * * * * * * * *

PRESENCIA DE MARIA EN EL ISLAM


 




Jesús, que ocupa un lugar particularmente eminente en el Islam y de quien los musulmanes no pronuncian el nombre más que con veneración, es llamado siempre en el Corán "Jesús hijo de María" ('Isa ibn Maryam). Esto quiere decir que su nacimiento virginal está testificado por la Revelación y representa un artículo de fe que ningún creyente pondría en duda. En cuanto a María (Maryam), su madre, ella es la mujer más venerada de los musulmanes ya que es la única cuyo nombre es mencionado en el Corán, siendo los demás nombres mencionados en este libro solo de personajes masculinos. Los pasajes del Libro sagrado, que datan tanto del comienzo de la Revelación así como de sus fases más tardías, subrayan la eminencia y la perfección de María, lo mismo que informan de las circunstancias que han rodeado el nacimiento milagroso de su hijo.
Si Cristianismo e Islam están fundamentalmente de acuerdo sobre el carácter sobrenatural del acontecimiento, existen sin embargo varias divergencias relativas a su alcance espiritual y a su significado fundamental, desde el momento en que, en la perspectiva musulmana, no podría tratarse de encarnación. Las circunstancias exteriores que rodean al acontecimiento divergen igualmente de una tradición a otra. Así en el Islam la Natividad, de la cual no se precisa el lugar, es ajena al lugar de Belén y al entorno del pesebre tan querido a la piedad cristiana. Igualmente la tradición musulmana, estimando que María no ha sido ni prometida ni casada antes de la Anunciación, ignora el personaje de José, lo mismo que pasa por alto el episodio de la huida a Egipto.
Los autores musulmanes, que frecuentemente se han interesado en la genealogía de la Virgen, le reconocen en general una ascendencia noble y la miran como perteneciendo al linaje de Aaron (Haroun), hermano de Moisés (Moussa). Con relación a sus padres y a su venida al mundo, cuentan un episodio cuyo recuerdo se ha hecho popular: su padre 'Imrân (Joaquín para los cristianos) y su madre Hanna (Santa Ana), que llevaban una existencia modesta y tranquila en Nazaret, no habían tenido descendencia hasta una edad avanzada. Un día su atención se vio atraída por un pájaro que, en un árbol, daba alimento a sus crías. Emocionada y bajo el efecto de un arrebato de amor maternal, Hanna sintió el deseo de tener un hijo y de dedicarlo al servicio de Dios. Su deseo fue concedido y se quedo encinta. Es entonces donde se sitúa el episodio relatado por el Corán (III, 35): "La mujer de 'Imran dijo: «¡Mi Señor! Yo te consagro lo que está en mi seno; acéptalo de parte mía. Tu eres en verdad Aquel que escucha y que sabe". Poco después trajo al mundo una niña y, siempre según la narración coránica, ella dijo: "Yo la llamo María, yo la pongo bajo tu protección a ella y a su descendencia, frente Satán el reprobado. Su Señor acogió a la niña haciéndole un bello recibimiento: la hizo crecer con un bello crecimiento y la confió a Zacarías". Porque 'Imrân había muerto antes del nacimiento de la niña y Zacarías, su tío y padre del profeta Yahya (Juan Bautista), asumió su cuidado. Es entonces donde se sitúa un celebre episodio narrado por la misma sura (III, 37-38):
«María tenía la costumbre de retirarse en un mihrab, un nicho de oración, y cada vez que Zacarías entraba allí, comprobaba que ella disponía de un alimento llegado misteriosamente. El le preguntaba entonces: "¿Oh María, de donde viene todo esto?" Ella respondía: "Esto viene de Dios: Dios da su subsistencia a quién El quiere". Este versículo coránico figura frecuentemente entre los motivos caligráficos que adornan los mihrabs de las mezquitas, particularmente en Turquía.
La importancia de María en el Islam está subrayada primero por el hecho de que la sura del Corán (XIX) que relata la Anunciación y la Natividad se designan por ese nombre. He aquí el pasaje principal:
"Mencionada María en el Libro. Ella dejó su familia y se retiró en un lugar hacia Oriente. Colocó un velo entre ella y los suyos. Nosotros le hemos enviado nuestro Espíritu; él se presentó ante ella bajo la forma de un hombre perfecto. Ella dijo: «¡En el Clemente me refugio contra ti, si eres piadoso!. El dijo: «Yo soy el enviado de tu Señor para darte un hijo puro». Ella dijo: «¿Cómo tendré yo un hijo? Ningún hombre me ha tocado nunca y yo no soy disoluta». El dijo: «Es así: Tu Señor ha dicho: Eso es fácil para Mí. Haremos de él un Signo para todos los hombres, una misericordia venida de Nosotros. El decreto es irrevocable»"
"Ella quedó encinta del niño y después se retiró con él en un lugar alejado. Los dolores la sorprendieron cerca de un tronco de palmera. Ella dijo: «¡Desdichada de mi! ¡Ojalá hubiera muerto antes de esto y estuviese completamente olvidada!». Gabriel que se encontraba a sus pies le dijo: «¡No te entristezcas! Tu Señor ha hecho surgir un arroyo a tus pies. Sacude hacia ti el tronco de la palmera: caerán dátiles frescos y maduros. Come, bebe y tranquilízate. Cuando veas a algún mortal, dile: «Yo he hecho voto al Clemente de ayunar. Hoy no hablaré a ningún humano»
Ella volvió con los suyos llevando el niño. Ellos dijeron: «¡Oh María! ¡Has hecho algo inadecuado! ¡Oh hermana de Aarón! ¡Tu padre no era un hombre malo y tu madre no era una prostituta!. María señaló al niño para que le interrogasen y ellos dijeron entonces: «¿Cómo hablaremos a un niño de cuna?». Pero éste respondió: «Yo soy en verdad el servidor de Dios. El me ha dado el Libro; El ha hecho de mí un Profeta; El me ha bendecido dondequiera que yo esté. El me ha prescrito la plegaria y la limosna mientras viva y la bondad hacia mi madre. El no me ha hecho ni violento ni malvado. ¡Que la Paz sea sobre mí el día en el que nací, el día en el que moriré, el día en que resucitaré!»
Este pasaje coránico, muy frecuentemente recitado, es uno de los elementos más importantes que mantienen viva en el Islam la presencia de María y de Jesús. Al milagro del recién nacido capaz de hablar en su cuna, se puede añadir otro mantenido en la memoria popular gracias a un hadîth profético atestando la impecabilidad de Jesús y de su madre. Refiriéndose a la tradición según la cual todos los niños, en su nacimiento, dan gritos porque están siendo "pinchados" por Satán, este hadîth afirma que solamente Maryam y su hijo 'Isa escaparon a la acción del demonio y permanecieron sin pecado.
Otras tradiciones transmitidas en el cuadro del Islam dan detalles sobre la Anunciación. El acontecimiento está situado en una caverna cercana a una piscina que, según algunos, sería la de Siloé en Jerusalén. María, entonces con 13 años, tenía la costumbre de dirigirse a ella con un botijo para coger agua. El joven "perfecto" que se le aparece entonces es generalmente identificado con el arcángel Gabriel que, viéndola temerosa, la tranquilizó, aceptando entonces ella someterse a la voluntad divina. Entonces el ángel sopló en un pliego de su túnica, lo que la hizo concebir.
Basándose en otros pasajes del Corán, comentaristas cristianos han podido pensar que María se encontraba impropiamente asimilada a una de las personas de la Trinidad tal como la entiende el Cristianismo pero que es rechazada por el Islam.
He aquí uno de los principales pasajes señalados: "Dios dice: ¡Oh Jesús hijo de María! Eres tú quien dices a los hombres: «¿Nos tomáis, a mí y a mí madre, como dos divinidades por encima de Dios?» Jesús dice: «¡Gloria a ti! No me corresponde declarar lo que no tengo derecho a decir. Tu lo habrías sabido si yo lo hubiera dicho... » (V, 116) Los teólogos musulmanes reaccionan habitualmente subrayando que estos pasajes coránicos tratan de las realidades de la piedad cristiana y no de los dogmas oficiales de las Iglesias que, sobre este tema, están lejos de ser unánimes. Ahora bien parece evidente que muchos fieles de estas Iglesias miran como persona divina no solamente a Jesús sino igualmente a su madre.
Además de las numerosas menciones de María en el Corán, el Profeta Mahoma le ha dedicado numerosos elogios consignados en los hadîths. Así, según uno de ellos, "numerosos hombres han llegado a la perfección, pero entre las mujeres, solo la han alcanzado María hija de 'Imran, Fátima, Khadija y Asiya, esposa de Faraón. Esta última, que había aceptado la religión de Moisés, es mencionada en el Corán, pero sin figurar su nombre.
Un episodio de los comienzos del Islam merece todavía ser señalado: Cuando el Profeta, a la cabeza de las tropas musulmanas, se adueñó de La Meca, se dirigió a la Kaaba en la que limpió el interior de ídolos e imágenes, entre ellas la de Abraham, que estaba allí. Sin embargo hizo la excepción de un icono de la Virgen con el niño: el Profeta la recubrió con sus manos y ordenó que se hicieran desaparecer todas las demás pinturas y figuras. ¿Qué ocurrió después con este icono privilegiado? Algunos creen saber que fue discretamente puesto en lugar seguro, pero las tradiciones son muy vagas a este respecto. Lo esencial es sin duda que permanece el recuerdo de este gesto del fundador del Islam.
Hay que señalar una divergencia entre los comentadores musulmanes con respecto al estatus de María: unos, como Ibn Hazm (siglo XI), Ibn Arabî y Al-Qurtubi (siglo XIII), le reconocen la nabiyah, lo que la sitúa en el rango de los profetas, mientras que la mayoría de los teólogos, aún teniendo consciencia de sus méritos excepcionales, estiman que no sobrepasaría el nivel de la santidad (waliyah). Sea como sea, todos están de acuerdo en llamarla Sayyidatuna Maryam, cuya traducción exacta es "Nuestra Dama María".
Es interesante constatar que los autores sufíes que le reconocen la cualidad profética son generalmente los mismos que le atribuyen las más altas funciones esotéricas en el cuadro de la espiritualidad islámica. Tal es el caso de los maestros que acabamos de citar y de algunos otros como Rûmi cuando compara el alma humana pacificada con la Virgen María que da nacimiento al corazón personificado por Jesús.
Los pasajes coránicos relativos a la Virgen han suscitado numerosos comentarios a menudo esotéricos por parte de autores sufíes. Es el caso de Abd er-Razzak Kâshânî que intercala en el texto de la sura III (42-45) comentarios característicos de esta manera de ver (reproducidos aquí entre paréntesis): "Y cuando los ángeles (las facultades espirituales) dijeron a María (el alma inocente y pura) «Dios te ha elegido» (porque tu te has liberado de los deseos) y El te ha purificado (de los viles rasgos de carácter y de los atributos despreciables), El te ha escogido con preferencia a las demás mujeres (las mujeres son las almas sujetas al deseo y asociadas a actos reprensibles y hábitos despreciables). Oh María, sé piadosa con tu Señor (por tus deberes que son actos de obediencia y de adoración); y postérnate (en la estación del desapego, de la humillación, de la pobreza, de la incapacidad y de la búsqueda del perdón) e inclínate (en la estación de la humildad y del temor) con aquellos que se inclinan (los humildes)."
Para captar los significados esotéricos del papel de María en la espiritualidad musulmana, no se podría hacer nada mejor que dejarse guiar por la remarcable y sabia obra de Charles-André Gillis (Marie en Islam, Editions traditionnelles, 1990, ISBN 2-7138-0049-8) que expone las enseñanzas más importantes. Si cristianos y musulmanes están de acuerdo en reconocer en la Santa Virgen el modelo perfecto de la obediencia a la voluntad divina, los comentadores coránicos explican el sentido del nombre Maryam por el término 'abida que implica una sumisión total a Dios, lo que corresponde al sentido más exacto de la palabra islâm. Sin embargo María es algo más que ese modelo perfecto: "Según la realidad verdadera de su ser, María manifiesta un aspecto fundamental del Verbo eterno" escribe Charles-André Gillis, añadiendo que ella ocupa en el Islam una función que comporta "una dimensión propiamente iniciática cuya presencia misteriosa y raramente visible se manifiesta de manera constante".
Recurriendo a la "ciencia de las letras" ('ilm al-Hurûf), rama esotérica del saber tradicional bastante extraña a la mentalidad occidental moderna, el autor revela que Maryam, nombre árabe de María, comporta aspectos sobre los cuales los maestros antiguos habían señalado indicios sobre el papel universal de la Virgen. Es así que el valor numérico de las letras que la componen, 209, es el mismo que el de "cinco términos que se relacionan respectivamente con los ámbitos metafísico, ontológico, cosmológico, escatológico así como con ciertos aspectos del "polo" substancial de la Existencia. Hay ahí, para el pensamiento esotérico del Islam, una confirmación de la posición única de María.
Nuestro autor muestra a propósito de esto que el primero –que nos limitaremos a citar aquí– de estos cinco términos es marma, del verbo rama (lanzar), que puede aproximarse al nombre Maryam. Pues bien, este verbo figura en la enseñanza profética (hadîth) siguiente: "Tras de Allah, ningún blanco que se pueda alcanzar". Y con la ayuda de citas –que sería muy largo reproducir aquí– de Ibn Arabî, del emir Abd al-Qadîr y de René Guénon, es posible deducir enseñanzas relativas a la función suprema de María: "En tanto que ella representa el origen de toda concepción y el limite de toda comprensión, la Virgen aparece como el velo supremo que Alá hace descender entre El y Sus servidores. Este velo es el de la Misericordia de la cual El los cubre y por la cual El les da, según sus necesidades y sus estado diversos, Su protección y Su perdón. Este velo no está a su vez velado a si mismo en vista de que, exteriormente, oculta a los otros: Maryam, en su perfección, no está separada de la Esencia divina..."
Citemos todavía otro comentario de apariencia paradójica, debido a Ibn Arabî, a propósito de la concepción milagrosa de Jesús nacido de una virgen. Como lo escribe el cheikh al-Akbar, "Dios llamo a Jesús a la existencia por la intermediación de María. Por ello, María fue situada en la posición de Adán y Jesús en la de Eva. Ya que, por lo mismo que un ser femenino vino a la vida a partir de uno masculino, un ser masculino nació a partir de una mujer. De esa manera Dios termina por donde había comenzado, trayendo al mundo un hijo sin padre, lo mismo que Eva vino a la existencia sin madre. Así Jesús y Eva son hermano y hermana de los que Adán y María son los padres".
En la perspectiva de estas correspondencias, María ha podido ser llamada por los esoteristas musulmanes "hija de su hijo", y tal es el título que Charles-André Gillis da a uno de sus capítulos. Sin embargo semejantes correspondencias, todo lo sorprendentes que puedan parecer a nuestra mentalidad, no son hechas solamente por autores musulmanes y, como lo señala en el mismo capítulo, se encuentran ejemplos igualmente bajo la pluma de cristianos. El ejemplo más conocido es sin duda la invocación por la cual se abre el último canto del Paraíso de Dante: "O Virgen madre e hija de tu hijo..." Habría muchas más, sobre todo ese verso de Chrétien de Troyes: "Este glorioso padre que de su hija hizo su madre...".
Todo esto no impide la existencia de un serio desacuerdo entre Cristianismo e Islam a propósito de la filiación de Jesús. Así lo subraya la misma obra, "la doctrina islámica rechaza la idea de que el Muy-Alto pueda ser el padre, real o adoptivo, del Cristo manifestado, ya que eso implicaría que El entra, de una cierta manera, en una relación de "pareja". Es por eso que el Espíritu Santo, que cumple en modo no-carnal en el "mundo de las similitudes" esta función "paternal" frente a la Virgen, tiene un estatus angélico y no divino puesto que está identificado con el Ángel Gabriel. En compensación, en el Cristianismo, este último tiene un simple papel de "anunciador", y el Espíritu Santo es considerado como una persona divina".
En el mismo orden de ideas, el teólogo musulmán cheik Si Hamza Boubakeur hace una interesante observación a propósito de un versículo coránico de la sura "Los Profetas" (XXI,91): "Y aquella que había permanecido virgen, Nosotros le hemos insuflado de nuestro Espíritu, Nosotros hemos hecho de ella y de su hijo un signo para los mundos". El texto coránico, señala el cheik, no dice "nuestro espíritu", sino "de nuestro espíritu". La preposición "min" (de) "incluye una parcela, un fragmento, una fracción y no el todo en su unidad". Además el verbo nafakha empleado en el Corán, traducido por insuflar, significa etimológicamente "soplar con la boca". En el Corán es empleado a menudo con otras acepciones, pero en ninguna parte se le encuentra con el sentido de "encarnarse". Se trata entonces de un acto particular en el orden de la creación divina".
Siempre alejándose resueltamente de las interpretaciones en desacuerdo con la estricta doctrina monoteista, la tradición musulmana, particularmente en sus elementos esotéricos, reconoce en María otros privilegios y funciones de los que la obra de Charles-André Gillis subraya su importancia inmensa. Basándose en diversos pasajes coránicos, él atribuye a María una cualidad de "confirmadora" relacionándose con "el conjunto de manifestaciones del Verbo y de los Libros revelados". La Virgen se identifica de esa manera al Espíritu universal y a la Tradición primordial. Ella es así investida de una misión de reconciliación del mundo en acuerdo con este pasaje coránico: "Y aquella que ha permanecido virgen... Nosotros hemos hecho de ella y de su hijo un Signo para los mundos".
Otro punto a señalar: Charles-André Gillis estima posible el hablar de un cierto sacerdocio femenino eminentemente representado por la Virgen: "en tanto que Madona ella reúne en efecto Sabiduría divina e Inteligencia transcendente. Este sacerdocio juega un papel preponderante en las tradiciones caballerescas en las que domina un elemento afectivo y guerrero". Ahora bien, es el amor y no el conocimiento el que domina en estas tradiciones, las cuales no han desaparecido del mundo musulmán y donde permanece una presencia de "Sayyidatuna Maryam".
Una noción resume todas las enseñanzas y todas las tradiciones que posee el Islam a propósito de María, y es la de "Mujer Perfecta que corresponde en todos los grados al principio "pasivo" y substancial de la Existencia". El valor "eminentemente simbólico" del nombre Maryam nos da la confirmación de ello, lo mismo que los términos que, según la "ciencia de las letras" son sus equivalentes numéricos. Así se encuentra ilustrada la afinidad que representa el Islam con la función marial y "el espíritu de servidumbre que es su marca".
Siempre expresando nuestra alta estima por la obra de Charles-André Gillis, que se nos permita expresar nuestra sorpresa a propósito de este término de "servidumbre" que interviene con insistencia para caracterizar el espíritu del Islam y la función que en él ejerce María. La palabra "servidumbre", que él no es el único autor en utilizarla en el mismo contexto, expresa en efecto una idea de obligación, de dominación impuesta las personas que la sufren de manera pasiva e independiente de su voluntad. Tal no es ciertamente la actitud requerida a los creyentes del Islam que, adheriéndose a él, hacen por su propia voluntad acto de sumisión y de aceptación del orden divino, a ejemplo de la Santa Virgen frente al ángel de la Anunciación. Esta sumisión, que es identificación con la voluntad divina, corresponde exactamente a la actitud de María que, más y mejor que una "sierva", es la pura adoradora totalmente consagrada a Dios.
(Extraído de: «Marie et le Mystère Marial»; Revue Connaissance des Religions nº 47-48, Juillet-Décembre 1996; B.P. 10 VOGUE (Francia)



ROGER DU PASQUIER

viernes, 7 de enero de 2011

Alabanzas a la dulce Virgen

Oh María, Virgen Inmaculada,
Puro cristal para mi corazón,
Tú eres mi fuerza, oh ancla poderosa,
Tú eres el escudo y la defensa para el corazón débil.
Oh María, Tú eres pura e incomparable,

Virgen y Madre a la vez,

Tú eres bella como el sol, sin mancha alguna,

Nada se puede comparar con la imagen de Tu alma.

Tu belleza encantó el ojo del tres veces Santo,

Y bajó del cielo, abandonando el trono de la sede eterna,

Y tomó el cuerpo y la sangre de Tu Corazón,

Durante nueve meses escondiéndose en el Corazón de la Virgen.
Oh Madre, Virgen, nadie comprenderá,

Que el inmenso Dios se hace hombre,

Sólo por amor y por su insondable misericordia,

A través de Ti, oh Madre, viviremos con Él eternamente.
Oh María, Virgen Madre y Puerta Celestial,

A través de Ti nos ha llegado la salvación,

Todas las gracias brotan para nosotros a través de Tus manos,

Y me santificará solamente un fiel seguimiento de Ti.
Oh María, Virgen, Azucena más bella,

Tu Corazón fue el primer tabernáculo para Jesús en la tierra,

Y eso porque  Tu humildad fue la más profunda,

Y por eso fuiste elevada por encima de los coros de los ángeles y de los santos.
Oh María, dulce Madre mía,

Te entrego el alma, el cuerpo y mi pobre corazón,

Sé tú la custodia de mi vida,

Y especialmente en la hora de la muerte, en el último combate.

De Sor Faustina

"La consagración a la Madre de Dios… es un don total de sí, para toda la vida y para la eternidad; no un don de pura forma o de puro sentimiento, sino un don efectivo, realizado en la intensidad de la vida cristiana y mariana"

Pío XII .

"Causa de nuestra alegría"

La Iglesia llama a María “Causa de nuestra alegría”, y es muy cierta esta verdad, porque si recorremos el Santo Evangelio, vemos cómo a María está ligada la alegría.
Cuando la Virgen fue a visitar a su prima Santa Isabel, el niño que llevaba en su seno saltó de gozo en su vientre, es decir, que María llevó la alegría a esa casa.
En las Bodas de Caná, la Virgen intercede para que Jesús convierta el agua en vino, y sabemos que el vino es el que alegra el corazón. También aquí vemos a María llevando alegría a los hombres.
En Pentecostés desciende el Espíritu Santo sobre María y los apóstoles. Ante los ruegos de su Esposa, el Espíritu Divino no pudo resistirle y descendió en plenitud sobre los reunidos allí. Y muchos de los que escuchaban a los apóstoles, santamente embriagados de los Dones del Espíritu, decían que estaban borrachos, es decir, alegres.
Pues bien, María es la que trae la alegría a nuestra vida, y con Ella jamás podremos estar tristes, porque Ella es nuestra Madre que todo lo consuela, y como una madre buena, consuela las heridas de nuestro corazón y besa las lastimaduras que nos hace la vida.
Quien ama a María no se dejará vencer por la tristeza, porque María es la Fuente del Gozo.
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

De "devociones y promesas".

sábado, 4 de diciembre de 2010

viernes, 26 de noviembre de 2010

LAS DOS APARICIONES ORIGEN DE LA ADVOCACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA MEDALLA MILAGROSA A SANTA CATALINA LABOURÉ EN PARIS (FRANCIA)

PRIMERA APARICIÓN

En la calle del Bac, número 140, en pleno centro de París, está la casa madre de la Compañía de las Religiosas Hijas de la Caridad, que fundaran san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillach.

En esta casa habitaba en 1830 una novicia llamada sor Catalina Labouré, a quien la Santísima Virgen confió un mensaje salvador para todos los que con confianza y fervor lo aceptaran y practicaran.

Leamos el mensaje escrito por la misma santa Catalina Labouré.

"La noche del 18 de julio de 1830, a eso de las 23'30, me oí llamar: "¡Sor Labouré, sor Labouré!" Desperté y miré el lado de donde venía la voz, y veo un niño vestido de blanco, de unos 4 a 5 años, que me dice: "VENGA A LA CAPILLA." Me levanté y guiada por el niño me fui a la capilla: la puerta se abrió apenas el niño la tocó con la mano. Sentada en un sillón, junto al altar, estaba la Virgen. Yo dudaba que fuese la Virgen. Pero el niño me dijo: "¡ESA ES LA SANTA VIRGEN!" Entonces la miré y di un salto hacia ella, arrodillándome a sus pies y poniendo las manos sobre sus rodillas. Me dijo:


"HIJA MíA, EL BUEN DIOS QUIERE ENCOMENDARTE UNA MISIÓN. TENDRÁS MUCHAS PENAS QUE SUPERARÁS, PENSANDO QUE LO HACES POR LA GLORIA DEL BUEN DIOS.

VENID A LOS PIES DE ESTE ALTAR: AQUÍ SE DISTRIBUIRÁN LAS GRACIAS A TODOS CUANTOS LAS PIDAN CON CONFIANZA Y FERVOR."

La Virgen mostró su deseo de que se fundara la Asociación de las Hijas de María, para celebrar el mes de mayo a ella dedicado, con gran solemnidad. Me dijo: "YO GUSTO MUCHO DE ESAS FIESTAS Y CONCEDO MUCHAS GRACIAS."

Dijo esto y desapareció por el lado de la tribuna.

Me alcé de las gradas del altar y observé al niño donde lo había dejado. Me dijo: "SE HA IDO."

Volví al lecho a las 2 de la mañana, oí dar la hora, pero ya no me dormí. "


SEGUNDA APARICIÓN

Leamos la aparición y el mensaje que en ella se nos comunica, escrito por la misma santa Catalina Labouré.

El día 27 de noviembre de 1830, a las 5'30 de la tarde, en medio de un profundo silencio, de nuevo la Virgen se le aparece a sor Catalina Labouré, al pie del mismo altar, de pie sobre la esfera del mundo a sus plantas con un globo en las manos, y le dijo:

""ESTE GLOBO QUE VES REPRESENTA EL MUNDO ENTERO Y CADA ALMA EN PARTICULAR."

La figura de la Santísima Virgen estaba llena de tanta belleza, que yo no podría describirla.

Advertí que sus dedos se llenaban de anillos y piedras preciosas, y los rayos de luz que de ellos salían se difundían por todas partes.

Se me dijo:

"ESTOS RAYOS DE LUZ SON EL SÍMBOLO DE LAS GRACIAS QUE LA SANTÍSIMA VIRGEN CONCEDE A TODOS LOS QUE SE LAS PIDEN."


Se formó un cuadro un poco ovalado alrededor de la Santísima Virgen con una inscripción con letras de oro que decía:

iOH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!

"HAZ ACUÑAR UNA MEDALLA IGUAL A ESTE MODELO. TODAS LAS PERSONAS QUE LA LLEVEN CON CONFIANZA, COLGADA AL CUELLO, RECIBIRÁN GRANDES GRACIAS.""

En el reverso de la medalla debía colocarse la letra M y encima una cruz, añadiendo en la parte inferior dos corazones: uno coronado de espinas y otro traspasado por una espada. Símbolo de los corazones de Jesús y de María.

Una vez acuñada la medalla, y propagada profusamente, los acontecimientos dieron pruebas del origen divino de su mensaje.

A vista de los hechos extraordinarios, el Arzobispo de París Mons. de QUELEN mandó hacer una investigación oficial sobre el origen y los hechos de la Medalla de la Calle del Bac. He aquí la conclusión:

"La rapidez extraordinaria con la cual esta medalla se ha propagado, el número prodigioso de medallas que han sido acuñadas y distribuidas, los hechos maravillosos y las Gracias singulares que los fieles han obtenido con su confianza parecen verdaderamente los signos por los cuales el Cielo ha querido confirmar la realidad de las apariciones, veracidad del relato de la vidente y la difusión de la
medalla".

Y en Roma, en 1846, como consecuencia de la ruidosa conversión del Judío Alfonso de Ratisbona, el Papa Gregorio XVI confirmaba con toda su autoridad las conclusiones del Arzobispo de París.


Llevar la santa medalla es proclamar nuestra fe en la súplica de la Santísima Virgen María, como medianera universal ante la presencia de Dios.
LOURDES Y LA MEDALLA MILAGROSA

La Medalla, Milagrosa es conocida en el mundo entero . Pero con frecuencia se ignora que las apariciones de la Capilla de la Calle del Bac prepararon los grandes acontecimientos de Lourdes.
"La Señora de la Gruta se me ha aparecido tal como está representada en la Medalla Milagrosa", declaró Santa Bernadita. que llevaba al cuello la Medalla de la Calle del Bac.

La invocación de la Medalla. . "OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS", difundida por todas partes por la Medalla Milagrosa, suscitó el gran movimiento de fe que "movió al Papa Pío IX en 1854, a definir el dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años después,. la aparición de Massabielle confirmaba de manera inesperada la definición de Roma.

En 1954, con ocasión del centenario de esta definición, la Santa Sede hizo acuñar una medalla conmemorativa. En el reverso de la misma, la imagen de la Medalla Milagrosa y la de la gruta de Lourdes, asociadas estrechamente, ponían de relieve el lazo íntimo que une las dos apariciones de la Virgen con la definición de¡ dogma de la Inmaculada Concepción..

Lo, mismo que Lourdes es una fuente inagotable de Gracias, la Medalla Milagrosa es siempre el instrumento de la incansable bondad de la Santísima Virgen con todos los pecadores y desdichados de la tierra.

Los Cristianos que sepan meditar su significado encontrarán en ella el simbolismo de toda la doctrina de la Iglesia sobre el lugar providencia¡ que María ocupa en la Redención, y en particular su mediación universal.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Vision de Valtorta del Viaje a Belen y la natividad. Comencemos a prepararnos para la Navidad Estos fragmentos pueden ayudarnos a meditar

El viaje a Belén

Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regre­san. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío.

El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales. La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco cre­cida, quemada con los vientos invernales; en los pastizales las ovejas buscan algo de comer y buscan el sol que poco a poco se levanta; se estrechan una a la otra, porque también ellas tienen frío y balan levantando su trompa hacia el sol como si le dijesen: “ Baja pronto, ¡que hace frío! “. El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y se dirige hacia el sureste.

María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?: le pregunta de cuando en cuando.

María lo mira. Le sonríe. Le contesta: « No. » A la tercera vez añade: « Más bien tu debes sentirte cansado con el camino que hemos hecho. »

« ¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado otro asno, podrías venir más cómoda y caminaríamos más pronto. Pero no lo encontré. Todos necesitan en estos días de una cabalgadura. Lo siento. Pronto llegaremos a Belén. Más allá de aquel monte está Efrata. »

Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla, parece como si se recogiese en plegaria. Dulcemente se sonríe con un pensamiento que entreteje en sí misma. Si mira a la gente, parece como si no viera lo que hay: hombres, mujeres, ancianos, pastores ricos, pobres, sino lo que Ella sola ve.

« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »

Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.

Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que la da a María.

« Dios os bendiga» dice María. « A ti por tu amor, y a ti por tu bondad. Rogaré por ti. »

« ¿ Venís de lejos? »

« De Nazaret» responde José.

« ¿Y vais?»

« A Belén. »

El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? »

« Sí. »

«¿ Tenéis a donde ir? »

« No. »

« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? »

« No muy bien. »

« Bueno.. . te voy a enseñar... porque se trata de Ella (y se­ñala a María). Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno. Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los merca­deres que van a Jerusalén los emplean como albergue. Hay a­priscos en el monte, no lo olvidéis: húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer... no puede que­darse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar... y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acom­pañe. »

« Y a ti te dé su alegría» responde la Virgen. José por su par­te dice: « La paz sea contigo. »

Vuelve a continuar su camino. Una concavidad más extensa se deja ver desde la cresta a la que han llegado. En la concavi­dad, arribo y abajo, a lo largo de las suaves pendientes que la rodean, se ven casas y casas. Es Belén.

« Hemos llegado a la tierra de David, María. Ahora vas a des­cansar. Me parece que estás muy cansada... »

« No. Pensaba yo... estoy pensando... » María aprieta la ma­no de José y le dice con una sonrisa de bienaventurada: « Estoy pensando que el momento ha llegado. »

« ¡ Que Dios nos socorra! ¿ Qué vamos a hacer? »

« No temas, José. Ten constancia. ¿ Ves qué tranquila estoy yo? »

« Pero sufres mucho. »

« ¡ Oh no! ». Me encuentro llena de alegría. Una alegría tal, tan fuerte, tan grande, incontenible, que mi corazón palpita muy fuerte y me dice: " i Va a nacer! ¡ Va a nacer! " Lo dice a cada palpitar. Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: "Mamá: ya vine. Vengo a darte un beso de parte de Dios. ¡Oh, qué ale­gría, José mío! »

Pero José no participa de la misma alegría. Piensa en lo urgen­te que es encontrar un refugio, y apresura el paso. Puerta tras puerta pide alojo. Nada. Todo está ocupado. Llegan al albergue. Está lleno hasta en los portales, que rodean el patio interior.

José deja a María que sigue sentada sobre el borriquillo en el patio y sale en busca de algunas otras casas. Regresa desconso­lado. No hay ningún alojo. El crepúsculo invernal pronto se echa encima y empieza a extender sus velos. José suplica al dueño del albergue. Suplica a viajeros. Ellos son varones y están sanos. Se trata ahora de una mujer próxima a dar a luz. Que tengan piedad. Nada. Hay un rico fariseo que los mira con manifiesto desprecio, y cuando María se acerca, se separa de ella como si se hubiera acercado una leprosa. José lo mira y la indignación le cruza por la cara. María pone su mano sobre la muñeca de José para cal­marlo. Le dice: « No insistas. Vámonos. Dios proveerá. »

Salen. Siguen por los muros del albergue. Dan vuelta por una callejuela metida entre ellos y casuchas. Le dan vuelta. Buscan. Allí hay algo como cuevas, bodegas, más bien que apriscos, por­que son bajas y húmedas. Las mejores están ya ocupadas. José se siente descorazonado.

« Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »

Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. En­tre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.

Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada ... »

María baja del borriquillo y entra.

José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El sue­lo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.

María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo em­puja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María - el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arri­ba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José - no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero sien­te que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.

María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel... ajuar, pone su manto como una cortina en la en­trada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apa­gue. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »

María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.

« Pero tu vas a tener frío... »

« No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Maña­na será mejor. »

María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.

Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la... puerta, semi-escondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puer­ta, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del luego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.

Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo
(Escrito el 6 de junio de 1944)

Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.

José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta - llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta - debe estar congelado. Acerca sus ma­nos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que este va bien y que alumbra lo suficiente, se da me­dia vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.

« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »

« ¿ Te hace falta algo? »

« Nada, José. »

« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »

« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »

« Buenas noches, María. »

« Buenas noches, José».

María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse ven­cer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plega­ria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que pro­duce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.

Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, confor­me la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.

María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Solo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo solo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.

Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azuli­no de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.

La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anun­cia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que au­mentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incien­so, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo...

La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por mi­lagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, pare­ce un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hier­ba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.

El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo... ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.

La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescen­cia, la Virgen... y de ella emerge la Madre.

Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve sus manitas gorditas co­mo capullo de rosa, y sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve con­tra el paladar rosado; que mueve su cabecita tan rubia que pare­ce como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no so­bre su cabecita, sino sobre su pecho, donde palpita su corazon­cito, que palpita por nosotros... allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano su Mamita con un beso inmacu­lado.

El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me i­magino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, crea­dor de todos los animales.

José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »

José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Peque­ñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.

A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.

« Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.

Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer tu voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, tu voluntad, para gloria tuya y por amor tuyo. » Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.

« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! » José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.

Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »

José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, ca­lentarlo, defenderlo del viento helado de la noche. Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes la­terales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.

María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la ho­guera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger su cabecita. «¿ Dón­de lo pondremos ahora?» pregunta.

José mira a su alrededor. Piensa... « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. » Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor. José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se le­vante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe. Cuando tiene sufi­ciente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. « Ya está » dice. « Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente ... »

« Toma mi manto » dice María.

« Tendrás frío. »

« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »

José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.

María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobre­sale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventura­dos, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.